El infante que crie.
Hace muchos años había un rey que era muy caprichoso y un día le pidió a uno de sus súbditos que le propusiera una adivinanza que nadie supiera para que el rey fuese capaz de dar con la solución. El hombre, que ya era muy mayor, empezó a decir acertijos, pero eran muy conocidos y todas las respuestas salían pronto a la luz. Cuando el anciano gastó todo su repertorio no supo qué más decir y el rey, enfadado, decidió encerrarlo en una cueva, sin comida ni agua.
Este hombre tenía una hija que había tenido un niño hacía muy pocos días, pero la mala suerte hizo que el pequeño enfermara y muriese justo el día que apresaron a su abuelo. La madre estaba doblemente apenada por la muerte de su niño y por el injusto castigo dado a su padre. El único consuelo que le quedaba era que podía ir a visitar a su padre cada día y verlo tras las rejas.
Pasaron los días y el rey preguntaba por la salud del anciano pues había apostado que no tardaría más de tres días en morir, y sin embargo ya habían pasado meses y el hombre todavía estaba vivo. Los soldados aseguraban que nadie le daba de comer y que sólo recibía la visita de su hija a diario, mas nada había que temer ya que era registrada por ellos para asegurarse que no llevaba agua ni pan escondido. Así que el rey, intrigado mandó llamar a la mujer y le propuso el mismo juego que a su padre:
-Dime una adivinanza que yo no sepa y soltaré a tu padre. –
Ella no necesitó pensar mucho para decir:
– Primero fui la hija,
después yo fui la madre
y el infante que crie,
fue el marido de mi madre. –
El rey por más que lo pensó no dio con la solución y no le quedó mas remedio que cumplir con la palabra dada. Cuando el anciano salió de su presidio acompañaba a su hija tomada de su brazo mientras ella le contaba lo que había pasado y él se reía y se felicitaba por la inteligencia de su hija, que había sido capaz de mantenerle vivo gracias a la leche que no pudo dar a su hijo.
Y, cuentecico 􀁕􀁈􀁐􀁄􀁗􀁄􀁒􀂫