LA FLOR DEL LILALÁ

La flor de Lilalá.
Érase una vez un país muy lejano cuyo rey tenía tres hijos. Un día el rey se puso muy enfermo y ningún médico daba con la cura, así que todo era preguntar a ver quién podía encontrar un remedio para su enfermedad hasta que dieron con un hombre muy sabio al que recurrían siempre que no encontraban solución a los problemas.
-La enfermedad del rey solo puede curarse con la flor de Lilalá. – Sentenció.
– ¿Y dónde podremos encontrar esa flor? -Preguntó el hijo pequeño.
-Lejos, en lo más profundo del bosque, pero nadie ha podido encontrarla en muchos años. –
– ¡Yo la traeré! -Dijo el mayor de los príncipes.
Y así, salió andando camino del bosque y al llegar a un cruce de caminos, junto a los primeros árboles vio a una mujer que descansaba a la sombra de los pinos.
– ¿No me daría usted, noble príncipe, algo de comer?, pues son ya varios los días que el hambre me castiga. –
Pero el mayor de los hermanos que no era precisamente un santo, se acercó a ella para darle una patada en la espinilla.
– ¡Toma! comete esto, y que te aproveche.
Y sin esperar más se metió dentro del bosque y allí buscando se perdió y no pudo salir.
Viendo que pasaba un día tras otro, y así hasta llegar al mes, y no regresaba el mayor de los hermanos, el segundo decidió que sería el momento de probar suerte. Tomó camino del bosque y al llegar a la encrucijada, la misma mujer seguía sentada a la sombra del mismo árbol y viendo que el príncipe se acercaba le preguntó:
-Señor, el hambre me aflige. ¿No tendrá usted algo de comer para compartir conmigo? – Y el otro, que era un caradura le respondió:
– ¡Tira por ahí a cavar cebollino, gandul! –
Y sin mirar atrás se adentró en la floresta, y tan profundo y oscuro era aquel lugar que se perdió y no encontró la salida.
Otros tantos días pasaron y la salud del rey cada vez iba empeorando, ni emplastes ni bebedizos le hacían recuperar el vigor, la única esperanza era la flor de Lilalá, pero nadie volvía del bosque así que el menor de los hijos le dijo:
– Padre, aunque soy el más pequeño de todos no tengo miedo de partir, así que saldré hoy mismo a buscar esa flor maravillosa que ha de ser la que te cure. – Y cogió una talega con provisiones y se dispuso a andar camino del bosque.
El camino condujo al joven viajero hasta el mismo sitio donde esperaba la misteriosa mujer que, otra vez, repitió su pregunta:
-Por favor, llevo mucho tiempo sin comer. ¿Podrías compartir un trozo de pan conmigo para calmar mi estómago?
-Claro que sí. – Respondió el niño. – Además te daré un trozo de queso y vino para aplacar la sed. – Y se sentó junto a ella y comieron y bebieron. Al terminar ella le preguntó:
– ¿Qué andas buscando en este lugar?
-Mi padre, el rey, está muy enfermo y sólo puede curarlo una flor maravillosa que crece en lo más profundo de este bosque a la que todos llaman la flor de Lilalá.
-Eso que tú quieres está vedado para todos, pero para agradecerte la compasión que has mostrado te ayudaré. -Y le tendió la mano y le dijo: – Mira este huevo. Es la llave que necesitas, pues cuando llegues a lo más profundo del bosque encontrarás que un risco te corta el paso y en él la entrada a una cueva tapada por una piedra negra; en ella debes romper el huevo, entonces se abrirá el portal y podrás entrar al jardín donde crece esa flor, pero ve con cuidado pues aquel lugar está guardado por un león que con sólo mirarte puede convertirte en una piedra. –
– ¿Cómo podré sortear ese peligro? –
– Acércate a él por detrás y tápale los ojos con una venda. Podrás hacerlo porque el león es de piedra… –
– ¡De piedra! –
-Si, pero vive, y vigila constantemente el jardín maravilloso. Es implacable pero noble y justo, cuando lo hayas cegado, pídele la flor -.
Con estos buenos consejos fue el pequeño príncipe andando el camino que llevaba al jardín donde crece la flor que había de salvar a su padre. No tardó demasiado en llegar al interior, donde se alzaba el risco con la piedra. Al llegar el niño saco el huevo y lo rompió como le había indicado la niña y en ese mismo momento la piedra empezó a desplazarse a un lado dejando al descubierto la entrada a lo que parecía una cueva, pero una vez dentro, a los pocos pasos se abría a otra parte del bosque más secreta y más maravillosa donde los árboles crecían altos y las flores abrían sus pétalos multicolores al sol.
Enseguida una forma negra llamó la atención del muchacho pues tras unos arbustos se apostaba un magnífico león de piedra. Con mucho cuidado se acercó, siguiendo siempre las indicaciones que había recibido, se encaramó a la espalda de la estatua y, rápidamente, le tapó los ojos con un paño.
– ¿Quién me ciega? – Preguntó el león.
– Quien te puede dar la vista otra vez. ¿Acaso podrías darme tú algo tan valioso?-
– Más. – Respondió la bestia. – Pues puedo devolverte incluso la vida. –
– ¿Cómo harías tal cosa? 􀂱
– En este jardín guardo muchas maravillas, pero sin mis ojos no puedo hacerlo. Con ellos puedo convertir en una estatua a quienes quieren robarlos, devuélveme la vista y te daré un regalo. –
-Quiero la flor de Lilalá. –
-Anda hacia delante y verás una fuente, su agua es milagrosa. Junto a la fuente crece un arbusto con una sola flor blanca, es la flor de Lilalá. –
El joven príncipe anduvo hasta la fuente por un camino repleto de estatuas rotas. Hombres incautos que no habían superado la prueba, ahora, yacían a sus pies. Cuando llegó a la fuente cortó una flor blanca como la nieve, de tres pétalos en forma de corazón. Al salir quitó la venda de la cabeza del león y cumplió así su palabra. Después, abandonó la cueva para que la piedra negra volviera a sellar la entrada y partió hacia su hogar. No había andado demasiado cuando se encontró con sus hermanos que se dirigían de regreso al castillo. Al alcanzarlos les contó que por fin podrían curar a su padre ya que había encontrado el remedio a su mal. Pero ellos, avariciosos y perversos, urdieron un plan
consistía en matarlo para robarle la flor, llevarse todo el mérito y quedarse el reino que en el futuro heredarían. Y eso fue lo que hicieron, mataron al pequeño y le robaron la flor. El cuerpo, para que nadie lo descubriera, lo enterraron a toda prisa, pero se dejaron un dedo fuera, y cuando se marcharon se convirtió en una mata de cañas.
Los dos hermanos regresaron al castillo y allí contaron como habían recorrido hasta lo más profundo del bosque en busca de la flor. Del menor de los tres dijeron que no lo habían visto y que tal vez se hubiera perdido en el bosque para siempre.
Un día, un pastor pasó al lado de la mata de cañas que había nacido del cuerpo del desdichado príncipe. El aire mecía el cañaveral y producía un suave silbido musical que embelesó tanto al pastor que cortó una de ellas para hacer una flauta. No sabía el pastor que cortaba una caña mágica, nacida del cuerpo del joven. Y nada más soplar la flauta sonaba y decía:

Toca, toca pastorcillo
y no dejes de tocar,
mis hermanos me han matado
por la flor de Lilalá.

Y empezó a andar por los pueblos tocando la flauta y todos se acercaban maravillados por el sonido y por la letra que el mismo instrumento decía. Tanta fama alcanzó que el rey, ya repuesto de su enfermedad, se enteró de aquel prodigio y lo hizo llamar.
– ¿Cómo es esa flauta que tanta fama te ha dado? ¿Es cierto que tu flauta canta como una persona? –
-Sí lo es majestad. –
Pero los hermanos que estaban presentes y sabían de la letra que sonaba al tocar no querían que el pastor tocara la flauta para que su crimen siguiera oculto.
-No debería tocar un pastor un instrumento tan maravilloso padre. – Dijo el mayor.
-Mejor que toque usted mismo. – Añadió el mediano.
-Majestad toque usted si le place. – Dijo el pequeño y le alargó la flauta. El rey se la llevó a los labios y al soplar sonó de esta manera:

Toque, toque padre mío
y no deje de tocar
mis hermanos me mataron
por la flor de Lilalá.

El rey comprendió que era su hijo el que cantaba y así se descubrió el crimen de los hermanos mayores. Fue al lugar donde crecían las cañas y lo desenterró. Cuando todos los huesos estaban fuera, aquella mujer que esperaba bajo el árbol pasó por el camino, y con un soplo hizo resucitar al niño. El rey lloró de alegría y lo abrazó diciéndole que a partir de entonces él sería su único heredero. A los mayores los mandó al destierro para siempre.
Y colorín colorado este cuento se ha acabado.

Título de la ilustración: La flor de Lilalá. Esta ilustración corresponde al mes de junio del calendario Cuentos y leyendas 2023.
Autor: Antonio Jiménez Herráiz
Técnica: Óleo sobre lienzo.
Sobre el cuento: Cuento de tradición oral. Se encuentra en varios puntos de nuestro país, entre ellos las versiones recogidas por:
Taller etnográfico de la Diputación de Albacete en 1993 en Almansa (Albacete) Javier Cuellar Tórtola y Pedro Pardo Domínguez en Iniesta (Cuenca)