Aportación a la historia del regionalismo manchego. Por Francisco Fuster Ruiz, artículo publicado en Boletín de Información «Cultural Albacete», marzo de 1984 (número 3)
Por mucho que nos empeñemos intentando construir un sistema regionalista artificial, impuesto desde arriba, desde la misma cima del centralismo estatal y del centralismo que representan casi todos los partidos políticos, no puede existir una región sin que parta totalmente de la base, de la conciencia individual y colectiva de las gentes que forman parte de ese territorio que se intenta crear como región.
La historia tiene algo que enseñar en esto, como en todo. Sólo en aquellos territorios españoles donde se fomentó esa conciencia regional a través del conocimiento de sus raíces, donde se logró desentrañar la esencia del alma colectiva de las gentes que habitan ese territorio , donde se dieron cuenta de que todos ellos partían de un mismo principia y aspiraban a lograr unas metas comunes, donde sentían plenamente apoyados por otras almas que aspiraban a los mismos ideales, se fue creando poco a poco y al final existe, radiante y en algunos casos estremecedora, la verdadera conciencia regional y, en definitiva, la verdadera región.
Aquel precepto filosófico del “conócete a ti mismo”, imprescindible para lograr la perfección individual y humana, es aquí totalmente imperioso para conseguir la perfección y la identidad regional. Sin conocimiento no puede existir región. Sin que las gentes se conozcan a sí mismas no puede existir una identidad de sentimientos, imprescindible para lograr la conciencia regional.
Sin el conocimiento de las realizaciones regionales no puede existir ese necesario orgullo patriótico que impulse hacia el amor del territorio. Sin el conocimiento de los problemas no puede existir hermanamiento y afán de resurrección, indispensable para la región sirva para algo positivo.
El verdadero regionalismo español empezó a fines del siglo XIX con el estudio del alma colectiva de algunos territorios históricos. En la creación de la conciencia regionalista de catalanes, vascos, navarros y gallegos, el principal motor fue la cultura y, dentro de ella (aparte de la literatura y el arte que siempre son los verdaderos propulsores del espíritu y en este caso también del espíritu regionalista), la investigación. Estos regionalismos no hubieran sido posibles sin el conocimiento de la esencia regional que propiciaron respectivamente el Instituto de Estudios catalanes, la Sociedad de Estudios Vascos, la Institución Príncipe de Viana de la Diputación Foral de Navarra y el Instituto de Estudios Gallegos.
Desgraciadamente en lo que hoy se llama Castilla-La Mancha no tenemos nada parecido a nivel regional. No sabemos quiénes somos. No tenemos idea de lo que es Castilla-La Macha, ni siquiera eso tan sacrosanto, que estamos olvidando, que se llamaba tan sólo la Mancha. Por eso es necesario crear unas instituciones regionales semejantes a las citadas, inventar algo que nos defina, que nos enseñe lo que hemos hecho y lo que nos falta por realizar. La investigación histórica que desde hace más de cuatro años realiza el autor de este ensayo, interrumpida actualmente por falta de medios, estaba en esta línea, aunque a un pobre nivel particular. Pero es necesario que el esfuerzo lo realicen los órganos de Gobierno de la Región, porque el conocimiento de nuestras cosas es fundamental para empezar a andar para conseguir la identificación colectiva de nuestras gentes y, en definitiva, el amor a nuestra región.
Del siglo XVIII a 1822: reconocimiento regional de La Mancha
La reorganización provincial del siglo XVIII suponía una grave desmembración de la región de La Mancha, tan idealizada por la literatura en el siglo XVII, al separar de la misma casi todos los territorios que desde la Edad Media habían constituido lo que se llamaba La Mancha de Montearagón que, política y administrativamente, se identificaba casi totalmente con la provincia castellana del Marquesado de Villena. Así unos municipios pasaban a ser de la provincia de Cuenca y otros de la de Murcia, y a fines del siglo XVIII la provincia que recibía el nombre de La Mancha no contaba entre sus límites poblaciones tan esencialmente manchegas como Ocaña, Tarancón, San Clemente, Belmonte, Motilla del Palancar, Villanueva de la Jara, Alarcón, Villarrobledo, Munera, La Roda, Casas Ibáñez, Albacete, Chinchilla… y tantas otras que la lista sería casi interminable. Se comprende, pues, que las divisiones políticas y administrativas iban por un lado y las verdaderas iban por un lado y las verdaderas divisiones regionales por otro.
Esta situación se remediaría, aunque en un período demasiado efímero, con la división provincial de 1822, que hacía un evidente reconocimiento implícito de La Mancha como una más de las regiones españolas.
La Constitución de 1812 ordenaba hacer “una división más conveniente del territorio español por una ley constitucional, luego que las circunstancias políticas de la nación lo permitan”. En 1813 las Cortes pidieron al Gobierno que presentara un plan para su examen y aprobación, pero la reacción absolutista impidió que el proyecto realizado siguiera adelante. Con la revolución de 1820 se encargó un nuevo proyecto, que fue dictaminado por una Comisión y discutido ampliamente en las Cortes.
En sus deliberaciones la Comisión legislativa destacó la idea de que las nuevas provincias no debían formarse sin tener en cuenta varias consideraciones, sobre todo geográficas (población, extensión, topografía), pero también sociales, históricas, culturales, económicas y etnográficas, para la formación de cada una de ellas, en especial todo aquello que pudiera producir “mayor analogía y uniformidad”, respetando “el apego natural que se cobra desde la infancia al territorio donde se nace, y en que muchas veces se interesan las ideas de celebridad y gloria antigua del país”.
Este sentimiento regionalista era llamado por la Comisión “especie de provincialismo”, al que se temía, porque, “llevado más allá de lo justo acaso llegará a ser peligroso para la unidad de las naciones”. No obstante, añadían, “puede ser útil si se contiene en límites racionales. De él ha sacado gran partido la Nación en la guerra de la Independencia, y bajo este aspecto es ventajoso conservar el espíritu de las provincias, al modo que en el ejército conviene conservar el espíritu de sus diferentes cuerpos”.
Otro pensamiento de la indicada Comisión legislativa era también muy interesante: “que ciertos nombres ilustres, consagrados por el uso y veneración de los siglos, que llevan consigo la memoria de épocas y acontecimientos gloriosos, interesan el pundonor y el justo orgullo de los naturales de las provincias a que corresponden”. Por ello, debían conservarse los nombres usuales de las provincias antiguas, “que incluyen recuerdos lisonjeros y honrosos”. Y entre ellos el de La Mancha, a la que se reconocía como región histórica y natural de España, equiparable a las ya consagradas y que también se mantienen en el dictamen de la Comisión: Aragón, Asturias, Baleares, Canarias, Castilla, Cataluña, Extremadura, Galicia, Guipúzcoa, Navarra, Rioja, El Vierzo y Vizcaya.
La creación de dos nuevas provincias con la denominación de manchegas (Mancha Alta, capital Chinchilla, y Mancha Baja, capital Ciudad Real), suponía evidentemente buscar a la región sus verdaderas dimensiones, recortadas injustamente en el siglo XVIII. Y con este implícito “Mancha dos: Chinchilla y Ciudad Real”, las tierras de la actual provincia de Albacete y otras porciones considerables de las de Murcia y Jaén se encuadraban totalmente dentro de Castilla, donde los correspondía por la historia, y se separaban administrativamente del reino de Murcia, al que no les interesaba pertenecer.
Sin embargo, en estas dos provincias manchegas aún no estaba incluida toda La Mancha: faltaban porciones considerables de la antigua provincia del Marquesado de Villena, La Mancha de Montearagón, que seguían englobadas administrativamente dentro de Cuenca. Y, una vez más, el sentimiento regionalista se manifiesta palpable: en las Cortes y en la Diputación Provincial de Chinchilla se recibieron desesperadas súplicas y gestiones de algunos de estos pueblos: Iniesta, Villalgordo del Júcar, Ledaña, El Herrumblar, Villanueva de la Jara, Minaya, Fuensanta, Casas de Guijarro, La Losa, Casas de Benítez, Pozo Amargo, Villagarcía, La Roda, Quintanar del Rey y Tarazona de La Mancha, para que se les separara de Cuenca y se les uniera a Chinchilla, “por el más fácil acceso y comunicación” con esta última capital, decían, pero también, muy presumiblemente, por los lazos seculares sostenidos a través de los siglos, y, lo que es más importante, porque sin saberlo quizás estaban proclamando a todos los vientos su vocación regional mancheguista, y veían desesperados que se les privaba de este derecho.
La nueva disgregación de La Mancha con el decreto de Javier de Burgos (1833)
Con el Real Decreto de 30 de noviembre de 1833, obra del ministro de Fomento Javier de Burgos, se consumaba de nuevo la disgregación de la región de La Mancha. El Decreto no sólo creaba una división provincial (por la que junto a las antiguas de Cuenca, Murcia y Ciudad Real aparecía la nueva de Albacete), sino que establecía también una arbitraria división regional para encuadrar a las provincias españolas. Y caprichosamente suprimía de un plumazo la región de La Mancha, hablando ahora tan sólo de Murcia y de Castilla la Nueva. Pero lo que es más grave: no incluía a Albacete en esta última región, donde le correspondía por la historia y la geografía, sino que ampliaba aún mucho más que Floridablanca los límites del artificial y teórico reino de Murcia, estableciendo aquello tan disparatado de “Murcia dos: Murcia y Albacete”, que durante siglo y medio todos los españoles hemos aprendido como papagayos en las escuelas.
Sería absurdo repetir aquí los datos históricos que justifican la calificación de disparate para la obra de Javier de Burgos. Véase si se quiere mi ensayo Albacete y el tema regional (Aportación de la historia de un problema), defendido el 11 de diciembre de 1983 en el I Congreso de Historia de Albacete y que será publicado en sus Actas; y el libro más amplio que preparo sobre el tema, con la aportación de abundante documentación ilustrativa. Tan sólo repetiré ahora un dato que debe ser concluyente: un 69 por 100 de las poblaciones de la actual provincia de Albacete siempre han sido históricamente castellanas, frente a un 30 por 100 que sólo en determinados momentos han podido ser consideradas como murcianas. Por todo ello, no cabe la menor duda que Javier de Burgos obró caprichosamente englobando a la provincia de Albacete con Murcia, cuando lo que le pertenecía en justicia era estar dentro de Castilla la Nueva, junto a sus hermanas de La Mancha.
Otros proyectos de clasificación regional a lo largo del siglo XIX
Como desde el primer momento se vio que la división por regiones de Javier de Burgos era demasiado disparatada, a todo lo largo del siglo XIX surgieron otros intentos que pretendían mejorarlo, al mismo tiempo que dotar de verdadero contenido político y administrativo a las regiones. Sin embargo, todos estos sistemas se hacían completamente sin la consulta del pueblo, sin plantearse para nada los sentimientos regionalistas e históricos, y por ello todos fueron aún más disparatados que el de 1833 y afortunadamente no llegaron a fructificar. El pueblo y las instituciones de las cuatro provincias manchegas se sintieron siempre ajenos e insensibles a estos proyectos, sobre todo cuando encuadraban a cada provincia en regiones extrañas a su historia y a sus sentimientos. Y tan sólo se sintieron identificados cuando los proyectos o movimientos regionalistas les llevaban hacia La Mancha o hacia Castilla, o hacia lo que finalmente ha sido Castilla-La Mancha, las únicas regiones que sentían como propias. Como simple curiosidad histórica, citaremos estos proyectos políticos oficialistas:
- a) Intento regionalista de Patricio de la Escosura (1847): En la parte que nos interesa establecía una Región de Castilla la Nueva, capital Madrid, con Toledo, Ciudad Real , Cuenca, Guadalajara y Segovia; y una Región de Valencia y Murcia, capital Valencia, con Alicante, Castellón, Albacete y Murcia. La Mancha quedaba de nuevo disgregada, sin Albacete, y con otras provincias extrañas a su vocación regionalista.
- b) Proyecto de Segismundo Moret (1884): Quería crear 15 grandes regiones con la agrupación de las provincias y, como el anterior, era tan sólo un medio al servicio de la centralización. Disgregaba aún más a las provincias manchegas, que se encuadraban en la Región de Extremadura (Badajoz, Cáceres y Ciudad Real), la Región de Madrid (Madrid, Guadalajara y Toledo), la Región de Murcia (Murcia, Alicante y Albacete) y la Región de Valencia (Valencia, Castellón, Teruel y Cuenca).
- c) Proyecto de Silvela y Sánchez de Toca (1891): Muy importante para el regionalismo, ya que ahora la región se establecía como entidad local, igual que la provincia y el municipio y no como un organismo centralizador, establecido un amplia gama de competencias regionales. Sin embargo, seguía desconociendo a La Mancha como región y disgregando a nuestras provincias. De las 13 regiones que establecía, una era la de Castilla la Nueva, capital Madrid, con Toledo, Cuenca, Guadalajara, Ávila, y Segovia; otra, Extremadura, capital Badajoz, con Cáceres, Salamanca y Ciudad Real; y otra, Valencia, capital Valencia, con Alicante, Castellón, Murcia y Albacete.
Archivo Diputación de Albacete.
Croquis de la villa de Povedilla. Dibujado por Francisco Sanz en 1846
El Cantón Manchego como parte del Estado Federal Castellano (1868-1874)
Como casi todo el resto de España, a mediados del siglo XIX La Mancha también se dejó arrastrar por el impulso federalista. Es un tema aún poco estudiado, pero hay constancia documental de que existieron desde 1868 movimientos republicanos de carácter federal en varios pueblos de las cuatro provincias manchegas. En 1870 se publicó en Albacete el periódico El Cantón Manchego que indicaba claramente la identificación regional del federalismo albacetense. Según el mismo periódico, desgraciadamente hoy desaparecido, se le puso aquel título “como un recuerdo cariñoso a dos mártires de la República Federal”. Durante 1871 y1872 continuaron los movimientos revolucionaros de este carácter en nuestras provincias. Por primera vez, desde 1822, La Mancha volvía a estar unida, aunque dentro del Estado Castellano, pero formando una unidad básica: el Cantón Manchego. En el Pacto Federal de Valladolid de 1873 se incluía a la provincia de Albacete en esta formación, por considerarla “íntimamente unida a La Mancha de Ciudad Real y Cuenca”.
En este mismo año el cantonalismo estalló triunfante en Murcia y Cartagena, así como en otras partes de España, pero también en multitud de poblaciones de Toledo, Cuenca, Ciudad Real y Albacete. Las afinidades de esta última provincia con el Cantón Murciano fueron menores que las que tuvo con el Cantón Manchego, y tan sólo impuestas por los acontecimientos bélicos de última hora. El cantonalismo murciano quiso anexionarse Almansa, Hellín y Albacete. Aunque no tenemos muchos datos sobre la posición de nuestra provincia, sin duda existieron tendencias cantonalistas dirigidas a ambas direcciones: manchega y murciana. Finalmente los federales de Almansa y Hellín tuvieron que huir hacia Cartagena, pero esto no indica sino que sólo en territorio murciano podían escapar del acoso del Gobierno. Bibliográficamente se suele citar a la pequeña población de Camuñas, entre Toledo y Ciudad Real, que se declaró independientes y soberana. Y a principio de 1874, cuando ya había sido aniquilado el Cantón de Cartagena, surgió un levantamiento verdaderamente romántico: el Cantón Manchego, en Ciudad Real y su provincia.
Pero no hay que engañarse. Esta actitud cantonalista extremada sólo indicaba que, más que una tendencia regional, lo que existía entonces era una tendencia local, atomizadota, disgregadora. Y ello originó un desprestigio total del federalismo y un retraso fatal del verdadero regionalismo español. Por ello, lo del Cantón Manchego hay que dejarlo en sus verdaderas dimensiones, sen exagerar. No obstante, sirve perfectamente de indicador de una incipiente conciencia colectiva regionalista, que se manifestó sobre todo en Albacete y Ciudad Real.
Los proyecto de mancomunidades provinciales de 1913
A principios de nuestro siglo, frente al catalanismo militante, que pretendía la constitución de regiones autónomas de tipo federal, los más abiertos políticos centralistas ofrecieron la salida “descafeinada” de las Asociaciones o Mancomunidades Provinciales, para contentar a los regionalismos sin caer en el peligro separatista. Todo ello cristalizó en el Decreto de Mancomunidad Catalana, que estuvo vigente desde 1914 a 1925.
Algunos autores hacen levísimas referencias, casi siempre a pie de página, a otros proyectos nonatos de Mancomunidades: la Aragonesa y la Castellana. Personalmente he encontrado muchos datos inéditos sobre la Mancomunidad Castellana y sobre otros proyectos desconocidos que afectan directamente a nuestra región: la Mancomunidad Levantina y la Mancomunidad Manchega.
A principios de 1914 una parte de La Mancha, la provincia de Albacete, se vio tentada por un intento de asociación provincial, la Mancomunidad Levantina, a iniciativa de la Diputación Provincial de Valencia, que intentaba unir a esta provincia con las de Alicante, Castellón, Teruel, Murcia y Albacete. La idea, como es natural, no causó grandes simpatías en Murcia, interesada por una región propia en la que como siempre quería encuadrar a Albacete, ni en esta última provincia, interesada por la Mancomunidad Manchega.
La idea de la Mancomunidad Castellana surgió a iniciativa de la Diputación Provincial de Madrid, en sesión del 3 de enero de 1914, acordándose iniciar las gestiones oportunas para procurar la asociación de ambas Castillas, invitando a las Diputaciones Provinciales de Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila. La prensa madrileña, sobre todo El Debate difundió rápidamente la iniciativa, que fue divulgada enseguida por los periódicos locales de las provincias interesadas en el proyecto. Como es natural, la idea fue apreciada muy diversamente por los distintos periódicos, aunque en general la apoyaban y se mostraban partidarios de la descentralización administrativa y del regionalismo, cuya tendencia, decían, no debía ser privativa de Cataluña sino también de Castilla, a la que muy certeramente llamaban “la primera víctima propiciatoria del centralismo del Estado español”.
Sin embargo, este interés periodístico hacia la Mancomunidad Castellana no agilizó los trámites burocráticos y políticos de decisión de las provincias, que tardaron mucho tiempo en tomar acuerdos positivos. La diputación que más extensamente trató el asunto fue la de Ciudad Real, pero prácticamente en ninguna de las corporaciones provinciales manchegas llegó a acordarse nada totalmente positivo, porque quizá en todas ellas no interesaba verdaderamente Castilla sino La Mancha.
Intentos de crear la Mancomunidad Manchega (1914-1923)
La idea de la Mancomunidad Manchega surgió de forma paralela a la Castellana, en febrero de 1914, en un mitin celebrado en Valdepeñas, a cuya terminación se firmó un documento aprobando por unanimidad, entre otras cosas, que se emprendiera una activa campaña que impidiera la emigración clandestina de La Mancha (problema que ya entonces debía ser capital para la región) y trabajar para conseguir una Mancomunidad de provincias.
La parquedad de las fuentes informativas hasta ahora encontradas nos impiden conocer más detalles sobre este interesante intento, totalmente ignorado por la historiografía regionalista, de construir una Mancomunidad de las provincias de La Mancha. Quizás lo que se llevaría a la Asamblea de Valdepeñas sería el tema entonces candente de la Mancomunidad Castellana, pero una vez empezado el mitin, el sentimiento regionalista manchego se desbordó. Se analizaron los pros y los contras de la Mancomunidad Castellana, encontrándose que La Mancha no tenía nada que ver con el resto de Castilla, que lo que intentaba Madrid era un regionalismo demasiado amplio y diverso para que tuviera eficacia, y que, por otro lado, estaba el recelo, siempre latente hasta la actualidad, hacia un intento regionalista capitalizado por Madrid, a la que se consideraba la cuna del centralismo español.
Por eso, lo que al final se aprobó por unanimidad y con los aplausos fervientes del público fue la creación de una Mancomunidad Manchega, que propiciaba un regionalismo más lógico y entrañable por el que se batallaba incesantemente en la prensa regional y a través del Centro Regional Manchego. Y la Asociación de provincias la constituirán tan sólo aquellas que tradicionalmente siempre se han considerado como hermanas: Ciudad Real, Cuenca, Toledo y, como es natural, Albacete, que no estaba incluida en el proyecto de Mancomunidad Castellana propiciado por Madrid.
Durante varios años se mantendría una estéril polémica entre los partidarios de una y otra Mancomunidad, que daría como resultado que ninguna de ellas se llevara a efecto. Está claro que las provincias manchegas no querían formar parte de la Mancomunidad Castellana, porque se sentían completamente diferentes de Castilla, e incluso algunos escritores regionalistas hablaban de La Mancha como región diferenciada incluso de Castilla la Nueva.
En 1919, en una Asamblea de la Juventud Central Manchega celebrada en Madrid, los diferentes oradores propusieron que se pidiera a las Diputaciones Provinciales de Ciudad Real, Cuenca y Toledo que desecharan cualquier inteligencia con Castilla y que, por el contrario, “se pusieran de acuerdo con su hermana la de Albacete” para llevar a efecto una Mancomunidad Manchega, “Formando una región político-administrativa con carácter propio”. Todos los oradores estuvieron de acuerdo con la inclusión de Albacete en esta región, y los que hablaron en representación de Ciudad Real, Cuenca y Toledo hicieron manifestaciones de cariño hacia Albacete, de quien sus provincias se sentían “hermanas incondicionales”. Los representantes albaceteños dieron las gracias por la adhesión de su provincia y ensalzaron el ideal regionalista manchego de Albacete por su posición geográfica, por sus caracteres y por sus costumbres. La región manchega, dijo uno de ellos, “ha existido y existirá siempre, a pesar de las artificiales divisiones llevadas a cabo en el transcurso de la historia”.
Nacimiento y desarrollo de las ideas regionalistas manchegas
Todo esto no era sino el resultado del surgimiento de unos ideales regionalistas de La Mancha que brotaron a principios de siglo, como en casi todas las demás regiones españolas, y muy vinculados a las actuaciones de una sociedad madrileña: el Centro Regional Manchego, que desde 1906 se constituyó en el verdadero adalid de nuestro regionalismo.
El Centro Regional Manchego, en su Reglamento, se autocalificaba como “la más genuina representación regional” y entre sus aspiraciones estaba la de fomentar la conciencia regionalista de La Mancha, estrechando “los lazos de solidaridad entre las cuatro provincias de Albacete, Ciudad Real, Cuenca, y Toledo”. Para intentar esa aspiración se inició una campaña propagandística por todo el territorio, a fin de conseguir la formación de Juntas Locales en las poblaciones más importantes. El Centro se encargaría de atender y gestionar las aspiraciones de las Juntas Locales, en defensa de los intereses morales y materiales de La Mancha.
En el mismo año, 1906, se exhibió por vez primera la bandera regional, en un mitin celebrado en Daimiel, y poco después se creaba otro símbolo importante regionalista: el himno de La Mancha. No voy a insistir aquí demasiado sobre estos temas, desarrollados más detenidamente en una monografía histórica publicada en la revista Al-Basit (9, 1981). Tan sólo decir que la difusión de la enseña original (cuatricolor, con el negro de Toledo, el rojo de Cuenca, el azul de Ciudad Real y el blanco de Albacete), pasó por altibajos lamentables, igual que el idealismo regionalista manchego, y que tuvo su momento más álgido hacia 1919, año en que si bordó una bandera solemne en Albacete, que fue paseada con orgullo por Madrid y por las cuatro provincias de La Mancha.
Aquellos altibajos regionalistas estaban íntimamente ligados a las crisis internas del verdadero creador de la idea, del Centro Regional Manchego. La dinámica democrática del mismo había sido su perdición. Sus creadores habían intentado que fuera “un Comité de acción incesante” regionalista, “la más genuina representación regional”. Y las primeras Juntas Directivas, en las que esta idea imperaba sobre todas las demás, tuvieron, democráticamente, que dejar paso a otras menos entusiastas con la idea del regionalismo y, al final, como decía amargamente uno de sus creadores, “los fines del Centro Regional Manchego fueron secuestrados y desnaturalizados por el Centralismo y sus secuaces”. Ante ello, los primitivos socios fundadores abandonaron casi en masa la sociedad y en los primeros días de su existencia el Centro estuvo constantemente “sorteando obstáculos y dificultades, en tal número que las Juntas Directivas, en varios años, pensaron más de una vez si había llegado el caso de renunciar a que en Madrid existiera un hogar que era la prolongación, a la vez, del siempre bien amado suelo manchego”.
Los años de mayor efervescencia del Centro y, por tanto, de mayor entusiasmo regionalista manchego, fueron entre 1918-1924, sobre todo con la constitución de un movimiento regionalista filial: la Juventud Central Manchega, y la organización de una serie de actos regionalistas, entre ellos una magna Exposición Regional de La Mancha y una Fiesta de la Bandera Manchega, para exhibir la que había sido bordada artísticamente por las alumnas de la Escuela Normal de Maestras de Albacete.
La pujanza del regionalismo manchego y su impulso a través de la representación madrileña, sobre todo de la Juventud Central Manchega que aglutinaba a todos los jóvenes de la región que estaban estudiando en la capital de España, se hizo palpable también, por estas fechas (1919) con la aparición de Ecos de las Provincias, revista quincenal ilustrada, defensora de los intereses de la región manchega y órgano oficial del Centro Regional. El título fue cambiado enseguida por el de Ecos de La Mancha, de mayor impacto y con mayor identificación regionalista. Unos años más tarde, hacia junio de 1922, el Centro editaría otra revista, La Mancha Agrícola e Industrial. Todo este impulso propagandístico regional se veía secundado en las cuatro provincias por una prensa que aspiraba a los mismos ideales regionalistas, sobre todo Vida Manchega, de Ciudad Real, y La Región, de Valdepeñas, que en 1923 hacía una edición en Albacete. En estos periódicos y en otros muchos más entre los que habría que contar El Debate, defensor del regionalismo castellano, que también se ocupaba de La Mancha, un buen plantel de escritores y periodistas manchegos fueron auténticos paladines de un ideal que se estrelló lamentablemente frente a los molinos de viento de la indeferencia y la apatía del común de las gentes de las cuatro provincias.
El regionalismo manchego, en realidad, fue tan sólo una bella pero efímera violeta surgida en el fango del camino, siendo aplastada fatalmente por el primer caminante, que fue un brioso corcel bélico. Durante la Dictadura de Primo de Rivera el Centro Regional Manchego fue clausurado, igual que otras muchas sociedades regionalistas de toda España y, años más tarde, no se supo crear nada semejante que sirviera para aglutinar los sentimientos de hermandad de las cuatro provincias de La Mancha. Incluso la bandera y el himno desaparecieron de la memoria de las gentes, hasta que en nuestros días han sido desempolvados por nuestras investigaciones históricas.
Efervescencia regionalista en los primeros meses de la Dictadura de Primo de Rivera (1923-1924)
La mayor efervescencia regionalista surgió al principio de la Dictadura de Primo de Rivera, al creer todo el mundo, por unas declaraciones precipitadas, que el general intentaba una división regional de España, suprimiendo las provincias. Entonces sobrevino una verdadera explosión, que tenía muy poco que ver con un auténtico sentimiento regionalista, ya que las fuerzas vivas de casa capitas a los que aspiraban era a no perder su condición preponderante de cabeza de la provincia, intentando por otro lado conseguir algo más importante: ser capital de la nueva región que se creara. Este es un tema casi desconocido para la mayoría de los historiadores españoles, a nivel nacional, y que nadie ha estudiado a nivel regional en La Mancha.
Ante el rumor surgieron diferentes posiciones:
Albacete pidió la creación de una Región Manchega, en forma de Mancomunidad de provincias, con capital en Albacete y formada por Toledo, Cuenca y Ciudad Real, “sus hermanas de La Mancha”, a las que se consideraba unida “por vínculos de sangre y convivencia, y por razones de índole geográfica y productora”. La misma petición que Albacete hicieron Cuenca y Ciudad Real, aunque, como es natural, pidiendo cada una de estas ciudades, respectivamente, ser la capital indiscutible de la Región Manchega, o de la Mancomunidad de Provincias Manchegas que se formase.
Por su parte Toledo, recordando una vez más su antiguo reino y su título de “cabeza de España”, pidió la creación de una Región de Castilla la Nueva, que algún erudito toledano pretendió se llamara Región Carpetana, y que se formaría con las provincias de Cuenca, Ciudad Real y Ávila (sin Madrid, Guadalajara ni Albacete) y, por supuesto, con capital en Toledo. En la entrevista celebrada con las fuerzas vivas de la Imperial Ciudad, Primo de Rivera les dijo que no se preocuparan, que desde luego Toledo “era de hecho la capitalidad artística”. Los prohombres del Tajo se quedaron tan satisfechos, sin reparar en el fino humor que con ellos gastaba el general.
Y Murcia, como es natural, pidió por su parte la creación de una Región Murciana, con capital en Murcia y englobando a toda la provincia de Albacete y parte de las de Alicante, Almería y Jaén. Cartagena iniciaría entonces su tradicional oposición a la ciudad del Segura, pretendiendo ser capital de una región que ya no se llamaría murciana sino Cartaginense, como en los tiempos de Roma.
Era verdaderamente el caos y, sin duda, un extraño experimento del Dictador para demostrar la inviabilidad de las ideas regionalistas en un país tan ardosamente cantonalista y localista como España. Y todas las ilusiones regionalistas, así como los recelos y el miedo a perder las capitalidades provinciales, se disolvieron como un castillo de naipes cuando, en la primavera de 1924, Primo de Rivera declaró que no pensaba suprimir las provincias y que no le interesaba la creación de regiones. Este pensamiento se manifestó más crudamente con la disolución de la Mancomunidad Catalana y con la publicación en 1925 del Estatuto Provincial de Calvo Sotelo. Aunque realmente éste suponía una auténtica descentralización administrativa, consagrando a la provincia por primera vez como una entidad local independiente del Estado. Y por lo tanto, realizando un verdadero regionalismo, pero con la base exclusivamente provincial.
Estallido regionalista con la Segunda República (1931-1939)
Con la II República sobrevino, antes de la Constitución de 1931, un resurgimiento del federalismo y Cataluña fue la primera en proclamar la República Catalana, como un Estado integrante de la Federación Ibérica. Las ideas federales se extendieron de nuevo por todas partes y el Partido Republicano Federal intentó la creación de un Estado Regional Castellano-Manchego, con capital en Madrid y englobando a Toledo, Ciudad Real, Cuenca, Guadalajara, Albacete, Ávila y Segovia. En Albacete se discutieron ampliamente en los periódicos las ideas federales, que se apagaron un tanto después de la Constitución.
No obstante, brotaron de nuevo los proyectos regionalistas, y Albacete se opuso radicalmente a una Región Levantina, pretendida por Valencia, con Alicante, Castellón, Murcia y Albacete. También se opuso a una Región Levantina más restringida, pretendida por Alicante, con Murcia y Albacete. Y a un artificial Reino de Jaén, pretendido por Jaén, con Ciudad Real y Albacete, así como a una inevitable Región Murciana, pretendida por Murcia, con Albacete y parte de Alicante, Almería y Jaén.
Las simpatías de Albacete, una vez más fueron hacia una Región Manchega, con Albacete, Cuenca, Ciudad Real y Toledo. En esta última ciudad surgió en julio de 1931 la Agrupación Regionalista de Toledo y en agosto del mismo año se intentó la promulgación de un Estatuto Manchego, semejante al de Cataluña. Pero ni siquiera la creación, en octubre de 1932, de un Partido Autónomo Manchego, en Ciudad Real, fue capaz de llevar adelante la idea regionalista, y el Estatuto nunca pasaría de su etapa de proyecto.
Consideraciones finales
Como hemos visto, la tendencia predominante en nuestras provincias siempre ha estado dirigida a un regionalismo manchego. La Mancha es el nombre que siempre han venerado nuestras gentes, el que tradicionalmente ha hecho que la gran mayoría de los corazones de Albacete, Ciudad Real, Cuenca y Toledo se sientan hermanos. Y el regionalismo manchego no es un invento de nuestros días, sino que tiene una tradición semejante a la de otros regionalismos que consideramos más lógicos y con mayor fundamento histórico.
Sin embargo, los políticos actuales prefirieron una región más amplia, y también más difusa, que tuvieron que bautizar con el nombre compuesto de Castilla-La Mancha. Allá ellos con sus responsabilidades, por no haber querido o no haber sabido escuchar las lecciones de la historia, y por no haber tenido presentes los sentimientos populares.
Y como la situación parece irreversible, lo mejor es huir de lamentaciones superfluas e intentar remediarla con decoro. Hay que aprovechar el sentimiento mancheguista que subyace escondido entre el sentimiento más dilatado que hemos decidido llamar castellano-manchego. Hay que crear una nueva conciencia regionalista en Castilla-La Mancha.
Y para ello el mejor camino es el que indicábamos al principio de este ensayo: el conocimiento de nuestras raíces, de nuestra esencia regional, que no puede desentrañarse si no es con el estudio. Sólo de esta manera averiguaremos algún día lo que es Castilla-La Mancha, y los habitantes de las cinco provincias, las de La Mancha y la Alcarria, empezaremos a sentirnos verdaderamente hermanos y solidarios en un destino común. Y empezará a existir realmente el invento de nuestros días: Castilla-La Mancha.