Pasajeros «albaceteños» a las indias en el siglo XVI. Por José Cano Valero, artículo publicado en Boletín de Información «Cultural Albacete», octubre de 1988 (número 26).
DENTRO de cuatro años, en 1992, se cumple el V CENTENARIO DEL DESCUBRIMIENTO DE AMÉRICA del que el pueblo español en su conjunto, amén de individualidades señeras, tuvo un protagonismo especial. España no quiere dejar pasar la ocasión, y para ello, entre otros muchos actos que prepara, realizará una Exposición Universal en la ciudad de Sevilla, la capital del mundo Iberoamericano. Al mismo tiempo, los distintos pueblos españoles, de una manera o de otra, también quieren sumarse a la conmemoración de esta efemérides. Los manchegos, en general, y los albaceteños, en particular, tampoco podemos dejar pasar esta ocasión y ante la actividad desarrollada por otros pueblos, nos preguntamos no sin cierta vehemencia e incertidumbre ¿cuál fue la aportación, en número y en hechos de las gentes que vivían en estas tierras de la Meseta meridional al comienzo de la aventura americana en aquella apasionante empresa de la hispanidad?
En la contestación de esta pregunta vamos a ocupar las páginas de este corto ensayo -dejando el análisis árido de la investigación y su aparato científico para mejor ocasión, pero sin abandonar el rigor necesario- con el que el CULTURAL ALBACETE quiere difundir el conocimiento americanista albaceteño, apenas desarrollado en la historiografía local.
El marco histórico del Descubrimiento
En las últimas décadas del siglo XV -que cierran la Edad Media y anuncian la Edad Moderna- concurren en la Península Ibérica tres acontecimientos importantísimos en el desarrollo de la Historia de España y de la Humanidad. Siguiendo un orden cronológico, la sucesión de Enrique IV a la Corona de Castilla, el protagonismo de la nobleza castellana y la disputa del trono entre doña Isabel y doña Juana, desencadenó a mediados de la segunda mitad del siglo XV la última guerra civil medieval castellana, que tuvo en las tierras de la actual provincia de Albacete una particular incidencia. El Marqués de Villena, don Diego López Pacheco, uno de los nobles más poderosos de Castilla y señor de los pueblos de la jurisdicción del Marquesado de Villena, que comprendía la mayor parte de esta provincia, había heredado de su padre, don Juan Pacheco, este territorio señorial, que le había ido entregando pueblo a pueblo el Príncipe don Enrique. Cuando llegó la hora de suceder a Enrique IV, con la nobleza dividida, uno de los bandos nobiliarios apoyó a la infanta doña Isabel, hermana del Rey, en detrimento de la hija de éste, doña Juana la Beltraneja. Don Diego López Pacheco, que había dado su palabra al monarca castellano de defender la causa de doña Juana, acusada de no ser su hija, sino del noble castellano don Juan de la Cueva, la cumplió en detrimento de su patrimonio señorial.
La guerra civil castellana fue aprovechada por los pueblos del Marquesado sujetos al Marqués de Villena y se convirtió en un movimiento antiseñorial, al final del cual, con el apoyo de Isabel y Fernando, aupados al trono de Castilla, la mayor parte del Marquesado se quitó el yugo señorial y se incorporó a la Corona. El triunfo, además, de los Reyes Católicos, permitió la unión en sus personas de dos de las tres coronas que se habían desarrollado en la Península durante la Reconquista, Castilla y Aragón, en lugar de Castilla y Portugal, como pretendía el bando perdedor. De esta manera, los monarcas constituyeron en el extremo occidental del antiguo Imperio Romano una potencia de primea magnitud en el contexto de la formación de los Estados nacionales de la naciente Europa moderna, aunque Castilla, y muy particularmente, las gentes más humildes, cargaron con el peso de las empresas militares y la financiación de esta política.
Superada la crisis civil, Castilla pudo dedicar nuevamente todos sus esfuerzos a concluir la Reconquista, y en febrero de 1492 el rey granadino Boabdil entregaba a los Reyes Católicos la ciudad. De esta manera, finalmente, ocho siglos después de iniciada la Reconquista en las montañas astures, concluía la lucha contra el Islam en Granada.
Con poca diferencia de tiempo, el 3 de agosto de 1492, Cristóbal Colón se adentraba en el desconocido Océano Atlántico con menos de un centenar de intrépidos navegantes (87 hombres) «naturales de diversas tierras españolas», después de convencer a los católicos monarcas. El 12 de octubre, desde la Pinta, Francisco Rodríguez Bermejo, más conocido por Rodrigo de Triana, al grito de ¡Tierra! anunciaba a sus cansados y desesperados compañeros la presencia de la isla bautizada de San Salvador, en el archipiélago de las Bahamas. Era el primer paso de los hombres del Renacimiento para el Descubrimiento de un Nuevo Mundo, el extenso continente de América. Seguidamente, empezaría la gran aventura americana para los españoles; en primer lugar , rentabilizando aquella empresa, y después de manera sistemática, colonizando, explorando, descubriendo, conquistando, evangelizando y organizando administrativamente las nuevas tierras. Todo ello se desarrolló prácticamente en el siglo XVI, en lo cual no dejaron de participar las gentes y los pueblos de la actual provincia de Albacete.
La organización del espacio «albaceteño» en el siglo XVI
Estoy hablando de «albaceteños», pero este concepto como el de «albacetenses» a fines del siglo XV y en el XVI, sólo pueden aplicarse con rigor a los naturales y a los vecinos de la villa de Albacete donde se ubica la capital de la actual provincia de Albacete *, creada en 1833 en la última ordenación provincial del territorio español, y desde cuando podemos hablar con propiedad así de los habitantes que nacen y residen en los pueblos de esta circunscripción provincial. Estos conceptos, pues, están empleados aquí desde una perspectiva actual, muy diferente de la realidad geográfica, histórica, administrativa y social que conocieron los pasajeros albaceteños a las Indias.
En aquel tiempo, tanto la adscripción geográfica como la mentalidad de las gentes que residían en la actual provincia de Albacete como explicaré, era muy diferente . En la mentalidad de los castellanos de esta centuria, arraigada y difundida por la estructura jurídico-administrativa de la Corona de Castilla (explícitamente observada en los Protocolos Notariales de la época) se distinguía: la naturaleza por el lugar donde se había nacido, la vecindad de la «ciudad» o «villa» con este privilegio jurídico-administrativo público a la que se pertenecía, y, si se era residente o morador en un lugar bajo la jurisdicción administrativa de aquellas entidades locales. En el registro de pasajeros elaborado en la Casa de Contratación de Sevilla sólo encontramos recogidos los dos primeros adjetivos. De Diego Núñez Cabeza de Vaca se dice «hijo de Diego Núñez Cabeza de Vaca y de Sancha Hernández de Alfaro, vecinos de Alcaraz» que pasaba en agosto de 1536. De Antón de Illin: «natural de Villarrobledo, soltero, hijo de Antón de Illin y de Catalina Gallego», a Popayán a fines de 1565 como criado del obispo Fray Agustín de La Coruña. Además, también tenían conciencia de pertenecer a las diferentes jurisdicciones territoriales de la época, tanto civil como Alonso de Orozco, que declaraba: «hijo de Pedro de Orozco y de María de Vado, vecinos de Fuentealvilla, en el Marquesado de Villena», marchaba a mediados de 1535 a Nueva España; o la jurisdicción de un Concejo como Cristóbal Pérez «hijo de Cristóbal López y de Elvira Martínez, natural de Villa Palacios, tierra de Alcaraz» que se embarcaba en la Armada de Cartagena en junio de 1534, o Pedro Davio «hijo de Pedro Davio y de María Pérez de Andeco, vecinos de La Bienservida, tierra de Alcazar (por Alcaraz) con Juan de Junco» en marzo de 1535; o eclesiástica como el Bachiller Andrés López del Castillo: «natural de Chinchilla, diócesis de Cartagena, hijo de Ginés López y de Catalina Pérez» que se embarcó a principios de 1562 para el Nuevo Reino de Granada ; o geográfica como Calixto Calderón: «hijo de Juan Calderón y de Mencía López, vecinos de la villa de Quintanal, que es en la Mancha de Aragón» (refiriéndose a nuestra Mancha de Montaragón), que pasaba en abril de 1535 a Nombre de Dios. No se hace mención, en cambio, a ninguna de las situaciones jurídico-políticas de las tierras que eran originarios, es decir, si provenían de pueblos en el régimen realengo o bajo la jurisdicción de un régimen señorial como los de Fuentealbilla (en la jurisdicción del «Estado» de la villa de Jorquera, perteneciente al Marqués de Villena), Bienservida y Villapalacios (en la jurisdicción del Señorío de las Cinco Villas, perteneciente al Conde de Paredes) que, curiosamente, se inscriben como pertenecientes a la tierra de Alcaraz, cuando eran vasallos de aquel noble.
Desde fines del siglo XV hasta fines del siglo XVI, el territorio de la actual provincia de Albacete en el momento de la emigración a las Indias había pasado de ser en su mayor parte tierra de realengo, es decir, bajo el dominio directo de la Corona de Castilla, a diferencia de la Edad Media, que lo había sido de Señorío. Ateniéndonos a esta organización político-administrativa este territorio puede dividirse en tres grandes comarcas históricas, que son con las que los pasajeros albaceteños se identificaban: las tierras del Concejo de la ciudad de Alcaraz, las tierras dependientes de la jurisdicción señorial de la Orden de Santiago y la Gobernación del Marquesado de Villena.
El Concejo de la ciudad de Alcaraz se formó en el siglo XIII, ocupando la parte occidental de la actual provincia de Albacete. Esta ciudad medieval detentaba la capitalidad y ejercía su jurisdicción político-administrativa sobre un amplio territorio, que se extendía sobre la Sierra de Alcaraz, diezmado en los siglos XIV y XV en favor de las fuerzas circunvecinas de la Orden de Santiago y de la nobleza castellana, el Conde de paredes, don Rodrigo Manrique, y el Marqués de Villena, don Juan Pacheco, y sobre todo, en el XVI, con la adquisición por las aldeas de su autonomía local.
Las tierras albacetenses de la orden de Santiago se configuran también en el siglo XIII en detrimento del Concejo de Alcaraz, extendiéndose sobre la Sierra de Segura, al Suroeste de la provincia de Albacete. Cuando a fines del siglo XV Fernando de Aragón es nombrado su Maestre, la Orden pasa al control de la Corona y en 1523, mediante otra bula papal, es nombrado Gran Maestre a perpetuidad y puede administrar libremente todos los bienes, formando parte de esta manera del realengo de la monarquía española, que muy pronto empezaría a enajenar Carlos I para mitigar el déficit de la Hacienda Real, aunque no afectó a estos pueblos.
La Gobernación del Marquesado de Villena se constituye con las ciudades y villas del Marquesado de Villena incorporadas a la Corona después de 1480, excepto el Corregimiento señorial del «Estado de Jorquera», que conservó el Marqués de Villena, don Diego López Pacheco, y otros pequeños dominios señoriales como Carcelén y Alpera, Montealegre del Castillo, y Ontur y Albatana, pero integrados en esta circunscripción efectos fiscales y de levas.
¿Cuántos «albaceteños» iniciaron la aventura indiana?
Es muy difícil contestar a esta pregunta pues ni se conocen todas las fuentes y por lo mismo tampoco se han investigado. Además ¿cuántas de ellas se han perdido con el tiempo y cuántos pasajeros embarcados nunca se registraron? La Corona de Castilla, que monopolizó la empresa indiana, estableció desde el principio para pasar a las Indias la necesidad de solicitar y obtener una licencia (con el objeto de impedir que se embarcaran judíos, moros o conversos, ni juzgados ni reconciliados por la Inquisición) que desde muy pronto expidió la Casa de Contratación establecida en la ciudad de Sevilla (1504) y más tarde por el Consejo de Indias (1546). Entre 1509 y 1559 se expidieron más de tres mil licencias.
Sin embargo, la emigración española a las Indias fue mucho mayor de la que se conoce documentalmente. Conocemos la emigración legal, con licencia de la Casa de Contratación, pero no la ilegal. Entre la emigración ilegal se ha señalado aquellos navegantes de buques que se adentran en el océano sin autorización y se perdieron, las licencias en blanco expedidas mediante cohecho o falsificación por agencias clandestinas aparecidas en Sevilla, polizones… algunos autores opinan que la emigración real es un 50% más de las cifras que se conocen. pero estos porcentajes arbitrarios no pueden aplicarse sistemáticamente para todas las regiones. Los emigrantes más numerosos fueron los andaluces y los extremeños, siendo excluidos por la reina católica los aragoneses y los navarros.
La emigración oficial albacetense para el siglo XVI, el tiempo que se examina, sabemos con certidumbre que embarcaron más de un centenar de personas entre 1512 y 1559 (eso sin contar los pasajeros de algunos pueblos, que por su toponimia igual a la de otros pueblos de la geografía española como Alcalá del Río [que no se explicita si es nuestra Alcalá del Río Júcar], Pozorrubio, San Pedro, Pozuelo, Las Navas, Robledo, el Cubillo, Horcajo, Ballesteros o El Cerro plantean dudas de si son albaceteños o no, optando de momento por no comprenderlos ni señalarlos por ahora, aunque me mueve el convencimiento que algunos de ellos son antiguos paisanos nuestros) el mismo que abarcan los Catálogos de pasajeros a Indias realizados hasta aquí en el Archivo General de Indias (Sevilla), amén de las noticias que ofrece la Historiografía local contemporánea (Relaciones de los pueblos enviadas a Felipe II en la segunda mitad del siglo XVI) y la producción literaria posterior (en la historiografía local como la Historia de Villarrobledo del P. La Cavallería). Nada se sabe, por otra parte, de las fuentes producidas en el continente americano, probablemente, en muchos casos tan interesantes como las peninsulares.
Los albaceteños se sumaron pronto a la aventura indiana. El primero que se tiene documentado en 1511 es un tal Juan López, natural de Letur, pero avecindado en Caravaca, hijo de Pedro Esteban y Catalina de Espinosa, vecinos de aquel pueblo serrano. No sabemos a dónde lo hizo, pues en los primeros años no es frecuente registrar el destino. Al año siguiente lo hacía Antón de Burgos, de Villaverde. En 1513 emigraban siete individuos, de ellos seis eran de Alcaraz y uno de Albacete.
No voy a cansar más recogiendo uno a uno cada uno de los emigrantes que pasaron a las Indias. Sólo señalaré que el número empezó a aumentar con el paso de los años, influidos muy probablemente por las embaucadoras noticias de la riqueza de aquellas tierras y el oropel de los que regresaron a sus pueblos, la expansión de la conquista y el desarrollo de la colonización y la evangelización.
Del centenar de estos pasajeros albaceteños, más de medio eran vecinos de la ciudad de Alcaraz, que experimentó durante todo el siglo XVI una continua e importante despoblación. Albacete aportaría diecisiete individuos, Villaverde doce, que son los núcleos con más emigración indiana conocida, y los pueblos con menos número Jorquera, Montealegre, La Roda y Tobarra, amén de los que no se conoce emigración.
La preferencia de esta emigración se dirige ampliamente a Nueva España (México) con treinta individuos, a Perú con dieciocho; a Cartagena con diecisiete y a Santo Domingo con once.
Durante los primeros años no se conoce el destino de veinte pasajeros. Apenas emigraron a la isla de San Juan de Puerto Rico, Veragüa, Río de la Hacha y a Cuba.
Condición social, preparación y profesión de los pasajeros
Las tierras albaceteñas, tardíamente repobladas y escasamente habitadas era una sociedad esencialmente rural. La componían algunas familias hidalgas, establecidas en los centros administrativos históricos; unos pocos religiosos; una pequeña burguesía agropecuaria, que constituía el patriciado de estos núcleos y que detentaba el poder político en ellos; y en su gran mayoría, campesinos, jornaleros y unos pocos artesanos, estos últimos más numerosos en los centros administrativos. La nobleza que tenía los dominios señoriales raramente vivía en ellos, salvo la autóctona, y residía la mayor parte del tiempo en la Corte madrileña a partir de la segunda mitad del siglo XVI.
La información conocida no nos permite hoy ir muy lejos. En su mayor parte los viajeros que conocemos pertenecían mayoritariamente al estamento llano o popular. Jurídicamente este era el estamento no privilegiado y tradicionalmente considerado como pechero o contribuyente. No se conoce ningún hidalgo que embarque a las Indias.
Después de los viajes del descubrimiento (1492-1499) por lo que se ha llamado «el Mediterráneo americano», es decir, el mar de Caribe, se inicia la exploración, la conquista y la explotación, primero de las islas caribeñas, para luego pasar a la costa atlántica y adentrarse después en el continente. la isla de Santo Domingo (las actuales Haití y República Dominicana) sirvió de base de operaciones para la exploración y colonización de todas ellas; mientras Cuba lo es para el continente, que desde 1517 sustituye en este papel a aquélla. En la exploración y conquista, a juzgar por las noticias de nuestros antepasados y de los contemporáneos de los emigrantes, participaron ya algunos albaceteños como Hernando Ramón de Perona y Pero Hurtado de Mendoza.
La condición y el destino se recoge explícitamente muchas veces en la información formada cuando se otorga la licencia por la Casa de Contratación. La mayor parte de los pasajeros son solteros y marchan como criados. De éstos, la gran mayoría lo hacen para servir al personal civil de la Administración Indiana: Juan de Miranda (Villaverde) del Licenciado Gutierre Bernardo de Quirós (Nueva España, 1549); Inés Mejía (Villaverde) con Alonso de Lodeña (Perú, 1560); Jerónima López (Almansa) del Licenciado Salido (Popayán, 1561); Hernán Ciprian (Jorquera) de Andrés Urbano (Nueva España, 1568); María Jorge (La Roda) de Catalina Aguda (Nueva España, 1576). Algunos concretamente con los delegados de la Corona: Cristóbal de Estrada y Marianza de la Dueña (Alcaraz) con el Gobernador de Tierra Firme (1536); Martín Díaz (Almansa) con el Virrey don Gerónimo (Perú, 1560) Nuño Fernández Torres (Fuentealbilla) del Gobernador Antón González Dávalos (Cartagena, 1564). Es anecdótico el caso de los hermanos Diego y Esteban Pérez, de Hellín, que se van en 1538 a Nueva España «con unas cabras del Visorrey». De los administradores de la Hacienda Real en Indias, como Pedro Luis Merino (Almansa) del Tesorero Baltasar Pérez Bernal (Tierra Firme, 1593). De los jefes militares, como Hernando López (Almansa) del Capitán Pedro Merino (Perú, 1591). En menor número lo hacen de las jerarquías eclesiásticas: Antón de Illín (Villarrobledo) del obispo Fray Agustín de la Coruña (Popayán, 1565); García de Ochoa (Almansa) del Bachiller y clérigo Francisco Gómez (Perú, 1576); Francisco de Avilés (Albacete) del Bachiller y clérigo Cortés (Guatemala, 1579); o de los religiosos que acuden a evangelizar aquellas tierras, como Juan de Molina y Martín de Albarracín (Chinchilla) con Fray Domingo de Santo Tomás (Perú, 1561). Algunos acompañan a paisanos suyos como Juan Martínez de Malfrayle (Chinchilla) que acompaña al Bachiller y clérigo Andrés López del Castillo (Reino de Nueva Granada, 1562); otros acompañan a sus hermanos como doña Ana de Villar (Alcaraz) al canónigo Antonio de Vera (Nueva España, 1574); Pedro de Solera (Villarrobledo) del clérigo Pedro de Solera (Perú, 1576) o Juan Vázquez de Mercado (Alcaraz) de Diego Velázquez de Mercado (Honduras, 1565).
Como ha señalado Bartolomé Bennassar, «la conquista de América no sólo se realiza bajo la perspectiva de una conquista política o de una exploración económica, sino que es realizada también desde una perspectiva de empresa misionera». La participación mayoritaria, como acabamos de examinar, fue de colaboradores y muy pocos como misioneros y pastores de la incipiente Iglesia americana. Sin embargo, tampoco faltaron los últimos, así el chinchillano Fray Domingo de Armillas, que dirigió en la segunda mitad del siglo XVI la iglesia peruana.
Se dan algunos apellidos de alcurnia en estas localidades como los hermanos Juan y Manuel Velázquez (Alcaraz) hijos del doctor Velázquez (probablemente el amigo de Miguel Sabuco que aparece como testigo en su testamento), que marchan a Nueva España en 1593; Agustín Guerrero, hijo del Bachiller Juan Martínez Guerrero y de María Jiménez de Orillana (?-1535), o Juan Vázquez de Mercado y Diego Vázquez de Mercado (Alcaraz), hijos del Licenciado Pedro Vázquez, aunque el último no llegó a pasar.
Finalmente, algún artesano, como Alonso Pérez, curtidor, de Villaverde, con su familia de cuatro hijos, a Nueva España en 1566.
No son muy frecuentes las familias que emigran con sus hijos. He contabilizado dos. Y tampoco es muy frecuente la emigración infantil, que en este período ascendió a tan sólo cinco niños.
No se ofrecen datos de ochenta pasajeros, probablemente porque esta inmensa mayoría, sobre todo al principio, marchaban con la esperanza de encontrar allí el trabajo y la aventura que las noticias les animaban a viajar.
Algunas notas para las biografías de indianos «albaceteños»
La escasez de fuentes, la parquedad de las mismas y los pocos albaceteños que conocemos destacaron en la exploración, conquista, administración y evangelización del continente americano en el siglo XVI, apenas nos permiten ahora recoger aquí algunas notas para desarrollar después la investigación de sus biografías, en muchos casos olvidados. Del largo centenar de pasajeros que llegaron a cruzar el océano, sólo lo haremos de cuatro (no registrados en la Casa de Contratación) por la significación que las fuentes nos manifiestan.
1. Hernando Ramón de PERONA, rodense, es probablemente el primer albaceteño del que tenemos noticias que se destacó en la exploración y la conquista del continente americano. Las noticias proporcionadas por la Relación de La Roda enviada a Felipe II (1576), que no fecha sus hazañas en el territorio de la actual nación mexicana (Nueva España) hacia la segunda década del siglo XVI, destacándose en la toma del puerto de Campeche:
«….Hernando Ramón de Perona vezino desta villa fue a la Nueva Espanna donde en el Puerto de Canpeche de la provincia de Yucatan y en otras partes de dicha Nueva Espanna a hecho en armas muchas cosas sennaladas de que su Magestad tiene notiçcia y le a hecho mucha merçed….»
2. Pedro HURTADO DE MENDOZA, de Carcelén; Capitán señalado de Flandes, que pasó a las Indias y participó en la conquista de Perú.
Estos son los únicos datos biográficos ofrecidos en la Relación de Carcelén formada en la segunda mitad del siglo XVIII realizada por el cura-párroco de esta villa para el Geógrafo Real don Tomás López.
3. Domingo de ARMILLAS, chinchillano. Abre la nómina de albaceteños que dirigen la Iglesia americana. Dominico; tomó el hábito en el convento de Santo Domingo de esta ciudad. Fue Arzobispo de las Charcas (Perú) en tiempos de Felipe II. Gobernante, evangelizador y políglota de las lenguas amerindias. De él se conoce la referencia más amplia y detallada informada por sus contemporáneos de los cuatro en la Relación de la ciudad de Chinchilla (1576) enviada por esta ciudad a Felipe II:
«…Desta çiudad han salido y fue natural della fray Domingo de Armillas arçobispo de las Charcas de Indias en tiempos de su Magestad el rrey don Phelipe nuestro sennor hizo el arte de la lengua india el qual presentó a su Magestad entendio y hablo todas las lenguas de los yndios que paresçe cosa milagrosa predicola en su lengua materna muchos annos y convirtio mucho numero de yndios a la santa fee como es notorio en todo el reyno….»
4. El P. Francisco TERCERO DE VARGAS, que en opinión de su paisano, el historiador jesuita el P. Francisco de La Cavallería, fue hijo del doctor Tercero de Vargas, una «de las mas ilustres familias de Villa Robledo».
Estudió en la Universidad de Alcalá de Henares, donde mantuvo estrecha relación con otro paisano suyo, el mártir Alonso Pacheco (el único santo de nuestra provincia). Ingresó en la Compañía de Jesús con la condición que le dejasen marchar después a las Indias. Así lo hizo en 1573, yendo a Nueva España, donde murió.
La nómina de pasajeros y la emigración de albaceteños a las Indias continuó en los años sucesivos y en los siglos siguientes, pero su conocimiento todavía es menor aunque el número de fuentes es mayor. Habrá que esperar mucho tiempo, que se investiguen las fuentes americanas, las de los archivos generales y los locales para conocer bien la aportación albaceteña en la construcción hispanoamericana. En este tiempo tampoco faltaron, junto a la servidumbre y los colonizadores, individuos que por su personalidad, actuación y responsabilidad, con mayor o menor impronta, han sido recordados hasta hoy: Pedro Ballesteros (Tarazona de la Mancha), Contador General de Buenos Aires; Andrés Núñez Monteagudo (Villamalea) obispo de Maxuela; Benito Sánchez de Herrera (Navas de Jorquera) obispo de Puzol y Menópoli; y el celebrado Virrey Morcillo (Villarrobledo), obispo de Nicaragua, arzobispo de las Charcas y Virrey del Perú, con otros, que desconociéndose hoy, esperan que los saquemos a la luz y les rindamos su merecido homenaje. En esta tarea deben ponerse los historiadores locales albaceteños, que no han dedicado todavía la suficiente atención hasta ahora, y que estas páginas sólo pueden servir para apuntar esta laguna en nuestra Historiografía.