Sobre las Fiestas de Albacete en tiempo de los Austrias. Por Alfonso Santamaría Conde, artículo publicado en el Boletín de Información «Cultural Albacete», febrero de 1987 (número 11)
Ilustración de un antifonario de canto gregoriano, ciclo musical que Cultural Albacete ha desarrollado durante el mes de enero
Las fiestas públicas como conmemoración solemne de algún santo o de algún acontecimiento importante o en honor de algún personaje, han supuesto siempre una interrupción del diario quehacer, de lo habitual. Pero su carácter ha variado con el tiempo, bien acentuando, por ejemplo, el tono sagrado o profano de las celebraciones, bien orientando el interés hacia un aspecto u otro de aquello que se trae a la memoria.
En la época de que vamos a ocuparnos -la de los Austrias, principalmente el siglo XVI-, hay que tener en cuenta dos elementos importantes, como puntos de partida para comprender sus fiestas. De una parte, el hecho de que entonces la religiosidad presidía, prácticamente en todo el ámbito de la Cristiandad, todos los actos de la vida, tanto social, pública, como privada; de ahí que encontremos en aquellos tiempos un predominio de las festividades religiosas, de tal modo que los actos profanos -toros, luminarias, etc.- se justifican por aquellas.
Por otro lado, el carácter agrario de aquella sociedad explica que la gran mayoría de las fiestas religiosas tuviera una estrecha relación con las actividades del campo, principalmente las de los santos, protectores de las cosechas contra el pedrisco, las plagas o la sequía.
Por otra parte, el azote sobre aquella sociedad de las terribles epidemias de peste y su impotencia para defenderse de ella o de otras enfermedades, la llevaba a esperar el remedio de lo sobrenatural; también los santos guardaban la salud de los hombres.
Estos caracteres que hemos expuesto de manera general, cuadran perfectamente, en aquel entonces, a las tierras de lo que hoy es nuestra provincia y a nuestra ciudad. Eran aquéllos, tiempos de dureza, de vida trabajosa, pendiente el hombre de la variación del tiempo -la sequía, la lluvia- o de las plagas -«el gusano» de la vid, la langosta-. El recurso a los santos era prácticamente el único remedio. También a la Virgen se recurría para lograrlo; en el caso de nuestra villa de Albacete, a la de los Llanos. La credulidad de las gentes en la eficacia de estas intervenciones era, como veremos, muy grande.
Ciertamente, los documentos nos transmiten a la letra, machaconamente, este sentido, que podríamos llamar utilitario o práctico de las devociones, pero también en ellos podemos apreciar la consideración de los santos y de la Virgen como intercesores y la mayor estima hacia ésta, como Madre de Dios, lo que da un sentido más elevado a aquella religiosidad popular de nuestros antepasados, sentido, que en cierto modo, corrobora la misma confianza que tenían en la intervención sobrenatural.
Además, por encima de todas las de los santos, se situaba la gran festividad del Corpus Christi, como expresión de la superioridad en la vida religiosa de la Eucaristía; no aparece ahora aquel sentido utilitario que señalábamos antes, como tampoco aparece en otra celebración mariana: la de la Concepción. Aparte, pues, del mundo de las conciencias, en el que no es posible entrar -ni necesario desde el punto de vista histórico-, los documentos muestran, al darnos noticias de las fiestas sacras, una religiosidad popular, sí, pero también correcta desde el punto de vista doctrinal.
Todas las fiestas indicadas eran fijas, tenían su fecha, bien en el calendario ordinario o en el eclesiástico. Hay que decir que nada sabemos por ahora referido a Albacete, en aquel tiempo, de la Semana Santa, y casi nada de la Navidad. Por otra parte, no nos ocuparemos aquí de los domingos, como tampoco lo hacen los documentos, sin duda por ser fiestas ordinarias.
Hubo también otras festividades religiosas ocasionales, como por ejemplo las celebradas en Albacete por la beatificación de Santo Tomás de Villanueva o por el juramento y voto de la Concepción en 1620 y 1624 respectivamente.
Otro tipo de fiestas en nuestras poblaciones, éstas siempre ocasionales, eran las relacionadas con la Monarquía; los documentos hablan con frecuencia en su lenguaje del antiguo régimen, de «las dos magestades», la divina y la humana. Unas eran por acontecimientos importantes, tales como nacimientos principescos, coronaciones, visitas reales; se celebraban con regocijos (toros, luminarias, etc.) y también -cómo no– con actos religiosos. Pero en este tipo de fiestas las había también, -no en balde se trataba de la magestad humana — de carácter fúnebre, como es natural con solo el sentido religioso; eran las honras que se hacían a la muerte de algún personaje importante: eran las honras que se hacían a la muerte de algún personaje importante: un rey, una reina, un príncipe.
Aspecto interesante de todos estos festejos en nuestras tierras, y que conocemos bien para la villa de Albacete, era la colaboración entre el clero y el ayuntamiento, que sufragaba, en todo o en parte, los gastos y que participaba en ellos frecuentemente de manera solemne, «en forma de villa», es decir, en corporación; era grande la participación popular, aunque a veces obligada, como en el caso de las luminarias, que el concejo de Albacete mandaba hacer casi siempre bajo amenaza de multa, o en el de los lutos, en cuyo caso se fijaba el tiempo y la prohibición de llevar ropas de color.
1. Las fiestas religiosas según las Relaciones de Felipe II
Las Relaciones que para Felipe II hicieron bastantes de las poblaciones de la actual provincia de Albacete en la segunda mitad de la década de los años 70 del siglo XVI, nos presentan un cierto panorama general de las festividades que se guardaban entonces en nuestras tierras, distintas de las establecidas con carácter general por la Iglesia. Eran fiestas que los pueblos habían jurado y votado guardar como el día del domingo.
Muchos de los santos a los que se refieren tenían un papel protector. Chinchilla, Alpera, La Gineta y Alcalá del Júcar conmemoraban para defenderse de la langosta a S. Gregorio Nacianceno, santo este notablemente milagroso a juzgar por lo que decía Alcalá: desde que se celebraba su fiesta no había vuelto a hacer daño la plaga. San Agustín, quizá por africano, era también abogado contra este azote (Chinchilla, La Gineta, Hellín, Villapalacios). San Roque, abogado de las peste, fue entonces (y en toda la época barroca) también muy venerado; Chinchilla, Montealegre, Tobarra, La Gineta y Hellín guardaban su día. También en Albacete — población ésta para la que no se conserva Relación– se juraba en un concejo abierto, en 1601, celebrar su fiesta como si fuera domingo, en agradecimiento por haber librado a la villa de aquel mal; después se solicitaría la confirmación episcopal de esta decisión. En Chinchilla, con el mismo motivo, se celebraba a San Sebastián y desde que se hacía –principios del XVI– no había muerto nadie por esta causa.
Importante era también Santa Quiteria (Montealegre, Tobarra, Yeste) contra la rabia: tanta era su eficacia que, habiéndose abandonado en Yeste «se an visto morir siete o ocho personas de ravia». San Juan de mayo era otro santo con gran devoción en nuestras tierras (Chinchilla, La Gineta, Yeste); La Gineta lo había elegido por sorteo entre varios, por la sequía y cuando se empezó su ermita, comenzó a llover «y fue aquel verano de mucha agua». En Chinchilla se le veneraba contra el pedrisco y el granizo; y los años que no se hacía lo establecido «se a visto… que… el propio día a pedreado mucho». (Los santos parecían a veces muy celosos de sus fiestas). También Albacete celebraba esta festividad primaveral; de ella se dice en concejo de 1587 que se hacía antiguamente, teniendo al santo «por abogado por causa de los yelos». Se mandaba entonces convocar por pregón un concejo abierto para «jurar» la fiesta. Sin embargo, las diligencias al respecto ante el Obispo parece que se hicieron mucho más tarde, al inicio del XVII.
En la misma estación Albacete y Chinchilla festejaban a San Bernabé, por la protección frente al «gusano» de la vid. En Albacete parece que esta fiesta se celebraba -según Mateos y Sotos– a mediados del XVI, pero después se debió de abandonar por descuido, restaurándose en los años 70; siendo S. Bernabé abogado de las viñas, los vecinos de la villa propietarios de estas contribuían con una limosna, con la cual se celebraba una misa «muy solemne» y se corría un toro al día siguiente.
La fiesta de S. Jorge se guardaba en Alcalá del Júcar por «el yelo de los panes». Quizá tuviera el mismo motivo su celebración en Albacete, donde la encontramos documentada en 1561, aunque debe ser anterior; era el 23 de abril y consistía en una procesión a la ermita del santo, seguramente en los Ojos de S. Jorge. Parece que se llevaba en dicho cortejo la imagen del santo desde la población, lo que supone que antes sería traída a la villa, cuyo ayuntamiento contribuía con una limosna para dar de comer a los que iban a la romería. Encontramos constancia de esta fiesta albaceteña hasta 1619. Probablemente se convirtió por entonces en fiesta de guardar a petición del concejo.
La Gineta guardaba la fiesta del nombre de Jesús contra el pedrisco, el 8 de enero, fecha que había sido elegida por sorteo.
Este sistema del sorteo debía de ser bastante frecuente para designar un santo o una fecha. Lo encontramos también en Tobarra, donde el hielo, la piedra y la langosta habían causado gran pobreza, por lo que «procuraron sortear uno de los santos canoniçados e… por suerte cupo a la bienaventurada santa Bárbara, a quien el dicho pueblo tiene por abogada…».
San Rafael era venerado en Hellín «por la tempestad que solía aver… de piedra… y después que se celebra la dicha fiesta se a visto que a çesado la dicha tempestad».
Otras muchas festividades había guardado Yeste: Nuestra Señora de la O, S. Martín, Santa Catalina y la «Víncula de San Pedro «.
Algunos de estos santos tenían -como otros- ermitas en otros pueblos; en Albacete, p.e., había una de San Sebastián y otra de Santa Quiteria, que dieron nombre hasta hoy a estas calles. Pero no vamos a hablar de estas ermitas, pues tratamos únicamente de las fiestas que los pueblos declaraban guardar.
Por las Relaciones y por otros documentos conocemos también, aunque parcialmente, el culto a la Virgen, a la que aparecen dedicadas ya en el XVI ermitas como -entre otras- la de Nuestra Señora del Remedio de la Fuensanta (La Roda), la de Nuestra Señora de la Consolación (Montealegre) o la de Nuestra Señora del Rosel (Hellín), cuyas advocaciones y festejos se han mantenido hasta hoy. Varias parroquias aparecen bajo el nombre de María en las Relaciones, algunas de ellas bajo el título de la Asunción (Yeste, Jorquera, Ves); también Almansa -no hay Relación de esta villa- tenía el mismo título; aquí su imagen era en época barroca una Virgen del Tránsito.
En todos estos siglos hay una gran devoción, mariana, pero parece que es en el siglo XVII cuando se intensifica. Así lo vemos para la Virgen de Belén de Almansa a la que se alza en esta centuria una nueva ermita y se la nombra patrona en 1644. En Chinchilla el culto a la Virgen de las Nieves se fortalece a partir de los años 1650 y se mantiene después -con altibajos- en el s. XVIII, cuando se construyeron su magnífica ermita y su hermoso retablo. En Alpera es hacia 1640 cuando se funda la cofradía del Rosario, devoción de gran predicamento en aquella villa en el XVII y el XVIII. En Albacete -como veremos- el culto a Santa María de los Llanos se acentúa hacia el final del primer tercio del XVII. Y a todo ello habría que añadir el auge de la Concepción en esta misma centuria, que después veremos reflejado también en Albacete.
II. Fiestas religiosas en la villa de Albacete
Aparte de las que quedan incluidas en el apartado anterior, trataremos ahora de otras, conocidas también documentalmente, comenzando por aquella que parece más solemne.
CORPUS CHRISTI. Se celebraba muy especialmente. Los actos religiosos consistían en misa y procesión, y en ellos participaba toda la población. También se representaban en la iglesia de S. Juan autos y comedias de tipo sacro y se corrían toros en el Altozano.
El concejo municipal participaba librando puntualmente cada año cierto dinero para ayudar a los vecinos o forasteros a preparar danzas, invenciones o representaciones, pregonándose la convocatoria de estos premios públicamente.
Las danzas e invenciones debían de acompañar al Santísimo en la procesión. Las representaciones se hacían, como se ha dicho, en la iglesia. Entre los vecinos que tomaban parte en estas actividades destacan, en cuanto a las invenciones algunos carpinteros, ya que en ellas solían aparecer arquitecturas o monumentos fingidos; conocemos al respecto los nombres -importantes para nuestra villa- de Pedro Villanueva o de Alonso Carbonell. Los maestros de este gremio montaban también en el templo de San Juan los andamios para las comedias, con cargo al ayuntamiento. En 1580, otros artistas, los plateros Gabriel Hernández y Pedro de Enciso, hicieron también dos invenciones. El mismo año se hizo una danza de «cristianos y moros», que destacamos por su curiosidad.
En la procesión iban acompañando el ayuntamiento y los distintos oficios, todos ellos con sus pendones. El primero -que asistía a la iglesia con pendón y bandera- llevaba el pendón en la procesión. Mateos y Sotos nos dice que en la de 1546 lo llevó el regidor don Juan de Alcañavate; es probable que fuera alférez; posteriormente, desde luego, lo sacaba el que ostentaba este cargo por merced real, don Pedro Carrasco, poderoso personaje de la villa; solamente en 1573 lo hizo, por ausencia de Carrasco, el Capitán Andrés de Cantos como regidor más antiguo.
En la procesión tenía también su parte la música. Un órgano portátil acompaño la de 1546. Algunas noticias posteriores nos hablan de ministriles, con sus chirimías. Y más tarde venían moriscos de Zarra y de Ayora a tocar sus dulzainas y trompetas (1580), lo que también hicieron a veces en la vecina Chinchilla.
El desfile se cerraba, como nos dice Mateos y Sotos para 1546, con los ballesteros y los escopeteros; para éstos sería la arroba de pólvora que compró el ayuntamiento en 1554.
Pero naturalmente el centro de toda esta variopinta procesión era el Santísimo, para el que hacia final del XVI se hizo una hermosa custodia nueva (estudiada por García-Saúco).Las varas del palio las llevaban por sorteo los regidores.
Con motivo de la fiesta era frecuente correr algún toro en el Altozano, donde había un rincón que se habilitaba para toril. Según Mateos, en estos festejos del 1663 se produjo la milagrosa curación de un hombre que se había roto un brazo, atribuida entonces a la Virgen de los Llanos.
Particular importancia tuvieron las fiestas del Corpus de 1546, por coincidir con la de San Juan Bautista, patrono de la villa. Ese año, además del toro, se hizo un juego de cañas, como nos informa Mateos.
LA VIRGEN DE LOS LLANOS. No podemos precisar documentalmente el origen de esta devoción. A partir de esta devoción. A partir de 1581 la imagen era traída a la villa y después devuelta a su ermita cada año. En 1591 el ayuntamiento dispuso que el traslado a Albacete se hiciera «un día de la pasqua de rresureçión». Tenían lugar estos actos en primavera, normalmente entre marzo y mayo. En general, estos traslados se hacían por la escasez de lluvias. La sequía debió ser muy angustiosa los años de 1588 y 1607. En 1622 se dice en cabildo municipal:
«Tratose… que como se ve, el tiempo está muy levantado e no llueve e para suplicar a la… rreyna de los ángeles pida a su preçioso Hijo nos rremedie… conbiene traerse a la Virgen de los Llanos».
Aunque generalmente la imagen se traía en primavera, conocemos un caso, en 1624, en que se trajo a la villa por una persistente sequía otoñal, permaneciendo aquí mucho tiempo, hasta la Navidad.
Mientras la Virgen permanecía en Albacete, era instalada en la capilla mayor de San Juan. Durante esta estancia se harían rogativas y se dirían misas; en dos ocasiones (1612 y 1622) conocemos el acuerdo del concejo de celebrar «delante de la señora de los Llanos» una misa a la que el ayuntamiento había de acudir «en forma de villa», es decir, solemnemente.
La organización de todos estos festejos se hacía entre el ayuntamiento y el clero de la parroquia, encargándose aquél de librar cierta cantidad de dinero para la limosna y caridad que se daba al clero y a los pobres que concurrían a los traslados. Pero de la realización de éstos se encargaba -por lo menos en los primeros- la cofradía de «Nuestra Señora de la Concepción y señora santa Ana».
Podemos concluir, en vista de lo expuesto, que el culto y devoción de la villa a su Virgen se reavivó entre las dos últimas décadas del XVI y las dos primeras del XVII. Pero el fervor se incrementó más entrada ya esta última centuria. En efecto, en abril de 1622 el ayuntamiento acordó hacer de limosna un toldillo para atraer y llevar la imagen; al tiempo consta que estaba comenzaba la obra de su nueva ermita, que también se hacía de limosna. Pero los tiempos eran difíciles ya y los recursos económicos pobres; por ello la obra de la ermita nueva continuaba aún en 1627, en cuyo mes de marzo estaba muy adelantada y se había empezado a hacer la capilla mayor, pero urgía acabar la obra porque «del modo questá de presente, está muy indeçente… y la Virgen no puede estar en su altar»; los vecinos contribuían con sus limosnas y el ayuntamiento acordó dar 500 reales para terminarla «atento esta villa la tiene (a la Virgen) por patrona y anparo en todas sus neçesidades». La nueva ermita habría de ser «muy capaz», se nos dice, para albergar a la mucha gente que acudía en su festividad.
Ese año de 1627 la imagen se había traído antes de lo habitual; ello era así, como en tantas ocasiones, por causa de la lluvia, pero es posible que también por las obras. A mediados de mayo se nos dice que llevaba en la villa más de tres meses y se había decidido llevarla ya a su ermita después de una procesión general, pero «después acá se a echado de ver que respecto de estarse obrando su hermita y estar abierta y auer mucho polvo, es de inconueniente lleuarla por aora asta que la dicha obra esté acabada…». En consecuencia, el concejo encargaba que se viera si se podía llevar o si era mejor dejarla en la iglesia mayor.
No sabemos con precisión cuando se acabaría el edificio, pero no tardaría mucho ya, dado el interés de la villa. Y terminado el nuevo templo, se había de hacer en 1631 una nueva imagen de la Virgen, en cuya espalda fueron guardadas, como en un relicario, las cabezas de la Madre y del Niño de la anterior figura gótica, (todo lo cual fue estudiado por Joaquín Sánchez Jiménez).
Toldillo, nueva ermita, nueva imagen, todo ello indica el realce del culto a la Virgen en el siglo XVII; realce al que sin duda contribuiría también, en esta centuria, el traslado de la Feria de Albacete a los Llanos.
LA INMACULADA CONCEPCION. Sabida es la devoción tradicional a la inmaculada Concepción de María en tierras hispánicas antes de su definición dogmática. Defensores de ella fueron especialmente los franciscanos, quienes tenían un convento en Albacete desde finales del siglo XV que gozaba de gran estima entre la población de la villa en el siglo XVI por la virtud y buena doctrina de sus frailes, a los que el ayuntamiento ayudaba económicamente, mientras ellos participaban en la vida religiosa del pueblo, entre otras cosas, con sus sermones y confesiones en cuaresma.
Esta presencia franciscana en nuestra villa haría seguramente que Albacete tuviera en aquella centuria un gran aprecio por esta devoción mariana de la Concepción.
Precisamente, mediado el XVI se construyó la Iglesia de la Purísima -que aún lleva este nombre- en la zona llamada de la Cuesta, y la calle en que se encontraba empezó a llamarse de la Concepción.
Ya en el siglo XVII conocemos que se celebraba su fiesta con intervención y ayuda económica del ayuntamiento en colaboración con los franciscanos; en 1617 acordaba aquél asistir «en forma de villa» a la procesión que se había de hacer; mandaba que se hicieran por los vecinos luminarias la noche anterior y se invitaba a la población a hacer danzas, músicas e invenciones, ordenándose además que asistieran los pendones de los gremios. Como vemos, con todos estos actos se le daba a la fiesta una solemnidad muy grande, en cierto modo semejante a la del Corpus.
Faltaban pocos años para que en 1624 el Obispo de la diócesis, el franciscano Fray Antonio de Trejo, enviara una carta al concejo de Albacete (fechada en 29-XI) que fue leída en la sesión municipal del 4 de diciembre; en ella disponía que Albacete hiciera el voto y juramento de la puríssima Conçepçión el domingo día ocho siguiente, a ser posible; decía además que había enviado instrucciones al Vicario para que ello se hiciera en la forma que lo habían hecho ya Lorca, Villena y algunas otras villas del Obispado; y añadía: «tengo por cierto de la gran piedad y deboçión de esa villa que pondrá luego por obra sus buenos deseos y hará todas las demostraciones posibles para que esta actión se haga con la solemnidad que es justo»
De acuerdo con ello, el ayuntamiento decidía asistir el domingo a misa mayor en San Juan para hacer «el boto y juramento que fuere necesario para la defensa del sagrado misterio de la limpísima e ynmaculada conçepción de la virgen María señora nuestra sin pecado original». Esta asistencia del concejo había de ser en corporación, «como lo acostumbra el dia del sanctísimo sacramento», es decir, con toda solemnidad.
Se mandaba que los vecinos, como en las grandes ocasiones, hicieran luminarias en calles y ventanas la noche anterior y que se tiraran cohetes y se tocaran chirimías en prueba de contento.
La celebración tuvo, en efecto solemne realización en el templo de San Juan el día previsto, ante la imagen de la Virgen de los Llanos.
FIESTA DE SAN FRANCISCO. Se ha señalado anteriormente la presencia franciscana en Albacete, con un convento de frailes. Había además un monasterio de monjas franciscanas, el de la Encarnación (donde hoy está el Centro Cultural de La Asunción), que tenía su origen en un beaterio del siglo XV; sus monjas, de clausura desde el segundo tercio del XVI, eran -según algún documento- muchas, muy pobres y de muy buen exemplo; también a ellas el ayuntamiento las ayudaba económicamente.
El aprecio sentido por Albacete hacia estos franciscanos, llevaría en 1585 a que el concejo acordase guardar la fiesta de San Francisco «como el día sancto del domingo», mandándolo pregonar en la villa y solicitando la autorización pertinente del Obispo.
FIESTA DE SAN ANTON. Es este otro santo de antigua tradición en Albacete. Tenía en el siglo XVI una ermita al final de la calle que aún hoy conserva su nombre, desaparecida hacia fines del primer cuarto de siglo XX:
No conozco ninguna celebración especial en relación con dicho santo antes de los finales del siglo XVI, aunque el hecho de que existiera su ermita ya nos indica una especial devoción hacia él en una villa que, como la nuestra, tuvo -al menos durante una gran parte de aquella centuria– una notable importancia ganadera, además de la que tenían la agricultura y el trajinar, actividades en que los animales de labor y de carga o tiro eran entonces imprescindibles.
A fines del XVI, el año 1587, el Provisor del obispado reconocía como auténticos unos hechos milagrosos realizados por el santo en Albacete, por lo que mandaba realizar en la villa una procesión general a su ermita el día que acordaran el ayuntamiento y el clero; en ella habían de ir todos los clérigos, frailes y población, cantándose un Te Deum.
A partir de ahí, se celebraba el día del santo -al menos en los años siguientes- una procesión y una fiesta en su ermita, aunque ignoramos si se hacía ya antes de los milagrosos sucesos, en los que quizá pudiéramos encontrar el precedente de la fiesta, tradicional y popular, que aún se conserva en nuestra ciudad.
Como curiosidad, recordemos que en 1791 se atribuyeron al santo otros milagros: la campanilla de su vara sonó sola y la imagen sudaba.
NOTICIAS SOBRE OTRAS FIESTAS RELIGIOSAS. Algunas noticias, muy breves y escasas, nos indican que también se representaban comedias en Navidad, por lo menos alguna vez; y quizá ello se hizo igualmente en una ocasión con motivo de la fiesta de San Jorge y quizá de la de San Juan, para la que carecemos prácticamente de datos.
En el mes de Octubre de 1620 se celebró con asistencia del Ayuntamiento y de los pendones de la villa -probablemente también los de los gremios- y con las consabidas luminarias la noche anterior, la fiesta de la beatificación de santo Tomás de Villanueva, de quien el ayuntamiento dice que había deudos en la villa -sin duda, los Villanueva-. Se realizaron vísperas la tarde anterior y, al día siguiente, misa y procesión. Los actos se celebraron en el convento de San Agustín.
Tenemos también noticia, en 1624, de que el ayuntamiento colaboró con el clero en la colecta de limosnas, ordenada por el Rey y el obispado, para la canonización «de la bendita María de la Caueza… muger que fue del señor san Ysidro, que ya está canonizado», santo éste del que hay también en este siglo algún indicio documental -escueto desde luego- de la devoción que se le debía de tener en la villa.
III. Fiestas de Albacete en relación con la monarquía
Como ya se indicó, son las que se producían por algún acontecimiento importante: nacimiento de un príncipe, proclamación real, venida de un Rey, etc. En muchas de estas ocasiones eran frecuentes los toros, las luminarias, las músicas y otros festejos profanos, así como las acciones de gracias y las procesiones, entre las celebraciones religiosas.
Los acontecimientos importantes eran comunicados al ayuntamiento de Albacete por la Corona, a través del Gobernador del Marquesado, ordenándose dar gracias y hacer alegrías por ellos; el concejo Municipal, en consecuencia, acordaba luego lo que había de hacerse.
Así se celebró, por ejemplo, la fiesta por la victoria de San Quintín contra los franceses, por la que esta villa estaba «muy regoçixada».
Entre los nacimientos principescos, podemos recordar el del príncipe don Fernando, a finales de 1571, hijo de Felipe II y Ana de Austria; con su motivo se hicieron danzas, comedias e invenciones, los consabidos toros y luminarias, y un solemnísimo desfile de la villa a la iglesia mayor para dar gracias, ya de noche, en el que tomó parte el ayuntamiento con el Gobernador del Marquesado, venido para la ocasión, todos a caballo, «guardando la orden de su antigüedad, vestidos de grana e con hachas ençendidas en las manos»; y, naturalmente, con el pendón de la villa, precedido de los de los oficios; acompañaron trompetas y atabales. Los arcabuceros habían de disparar sus armas. Cristianos nuevos de Zarra trajeron también sus sones a esta fiesta.
Entre las visitas reales, la de Carlos I en 1541, la de Felipe II en 1586 o la de Felipe III en 1599, dejarían en los vecinos de la villa que las presenciaron un recuerdo profundo por lo extraordinario de la ocasión y, entre muchos, también un cierto regusto amargo por los gastos y prestaciones que ocasionaban, más costosos -es de suponer- a finales de siglo.
Entre las proclamaciones, la de Felipe II, precedida de un mandamiento del Gobernador y cartas reales anunciando la abdicación del emperador en su hijo. Mandaba el gobernador que se «alçen pendones… e… que el pendón o estandarte que se alçe, lo alçe uno de los alcaldes hordinarios… echando suertes qual dellos lo alçará»; el honor le correspondió al bachiller Cantos, quien el diez de abril de 1556 lo hacía públicamente:
«Tomó en sus manos el pendón questa villa tiene e lo alçó y en altas bozes dixo por tres vezes: Castilla, Castilla, Castilla por la magestad del muy poderoso rey Don Felipe nuestro señor a quien Dios guarde e prospere muchos años con mayor acreçentamiento de reynos e señoríos. Amen. E así el dicho pueblo respondió diziendo amen, amen».
El reverso de la medalla de estos regocijos lo representaban las honras fúnebres por muerte del rey o de miembros de su familia. La fiesta era entonces triste. Consistía en la celebración de actos religiosos, con asistencia del clero y los frailes, las cofradías y el ayuntamiento, que era quien corría con los gastos, entre los cuales estaba también la confección de trajes de luto -«capyrotes e caperuças»- para las autoridades y la erección de un catafalco en la iglesia de San Juan; se decretaba igualmente el luto de los vecinos:
«…e mandaron que todos los vecinos e abytantes desta villa se vistan de lutos negros… e no traygan ropas de seda ni colores so pena de las aver perdydo…».
Tenemos noticia de las honras de casi todos los personajes importantes: la reina Doña Juana, «Reina y señora natural»; «su magestad del emperador»; D ª Isabel de Valois, «Reina nuestra señora que sea en gloria», cuyo catafalco hizo Pedro de Villanueva; su hijastro el príncipe D. Carlos, el de la leyenda negra; el mismo Felipe II.
De este modo, de vez en cuando algún acontecimiento sobresaliente, esperado o no -las fiestas-, interrumpía las tareas y las preocupaciones -duras para los más- de aquellos albacetenses, que volvían su vista hacia «las dos magestades», esperando confiadamente de ellas el alivio de su situación.