La industria fabril de Albacete a mediados del siglo XIX. Por José Miguel Martínez Carrión, artículo publicado en el Boletín de Información «Cultural Albacete», marzo de 1989 (número 31)

Son pocas las noticias que disponemos sobre los inicios del proceso de industrialización en la provincia de Albacete. En buena medida, ello es debido a que el desarrollo industrial en la provincia opera de un modo tardío, en relación a la andadura del proceso industrial de otras regiones españolas. Asimismo, por su escasa importancia hasta épocas actuales. Ciertamente, la economía albacetense ha sido primordialmente de base agraria hasta muy recientemente.

    Sin embargo, no es menos cierto que los historiadores han tendido tradicionalmente a tomar como premisas básicas de la industrialización las ramas fabriles del algodón y la siderurgia. Sin duda, éstas constituyeron las principales vías del proceso industrial que se ha venido en denominar como «clásico». En general, se han tomado como referencia las pautas seguidas por los países de la Europa noroccidental. Y tal vez por ello mismo, se han olvidado otras ramas industriales que en las regiones mediterráneas y en el espacio físico que nos ocupa adquieren mayor significado económico. Como ha señalado recientemente el profesor Nadal (1987a) la historia de la industrialización española requiere atender a todos los sectores, confiriendo a cada uno el peso que le corresponde dentro del conjunto.

    En las páginas que siguen, muestro la situación de la industria fabril albacetense a mediados del siglo pasado. En definitiva, presento un balance general y pormenorizado de las distintas ramas fabriles en el punto de partida de la industrialización de la provincia. Para su análisis, me sirvo de las Estadística (s) Administrativa (s) de la Contribución Industrial y de Comercio. A través de esta fuente, y en base a las cuotas fiscales, puede calibrarse la importancia relativa de cada uno de los sectores industriales para el conjunto de la provincia. En este caso, utilizo los datos fiscales de las Estadística (s) de 1856 y 1863. Y para completar la información de algunos subsectores en los distintos municipios y comarcas, utilizo los datos facilitados por el Anuario Estadístico de la provincia de Albacete de 1861, publicado al año siguiente. Veamos, pues, cual era el panorama de la industria fabril de la provincia en torno a las décadas de los años cincuenta y sesenta del Ochocientos.

PREDOMINIO DE LAS INDUSTRIAS DE BIENES DE CONSUMO

    Siguiendo la tipología de Hoffmann que ya aplicara Nadal, en su libro sobre El fracaso de la revolución industrial en España, 1814-1913, publicado en 1975, entre industrias de bienes de consumo y las de bienes de capital o de producción, cabe ya señalar el predominio absoluto de las primeras en el conjunto de la producción industrial de la provincia. Los resultados, tal como se presentan en la tabla 1, no son nada sorprendentes: la hegemonía es indiscutible en la industria productora de bienes de consumo frente a la industria de bienes de producción, lo que, por otro lado, es propio de las fases iniciales de todo proceso industrializador. La falta de tecnología adecuada y de mano de obra especializada, así como la dificultad de obtener recursos financieros y crediticios explican, en gran medida, la inexistencia de industrias de bienes de capital en tierras albacetenses a mediados del siglo XIX. Nótese la ausencia absoluta de contribuyentes relacionados con el sector de la metalurgia o del hierro, símbolo de la industria de bienes de capital en todo proceso industrializador.

    Señalado el peso indiscutible de las industrias de bienes de consumo en el conjunto de la producción fabril de la provincia, es el momento de valorar la importancia de cada uno de los subsectores industriales. Y como era de esperar, la mayor parte de la industria fabril se destinaba a satisfacer las necesidades más perentorias del hombre: producción de alimentos y tejidos. Si descontamos la parte  correspondiente al sector de las «químicas», papel, cerámica y «otras», resulta que, aproximadamente, el 90 por 100 de la contribución por «fabricación», tanto en 1856 como en 1863, se relacionaba con los sectores fabriles encargados de nutrir y cubrir el cuerpo.

TABLA 1: ESTRUCTURA SECTORIAL DE LA INDUSTRIA FABRIL DE ALBACETE

1856

1863

(%)ESPAÑA
1856

(1)

(2)

(1)

(2)

(1)

TEXTIL: 10.40 34.4 8.02 23.6 23.65
A) Lanera y estambrera: 2.85 3.7 4.09 7.0
B) Cañamera y linera: 6.66 29.5 2.15 8.7
C) Algodonera: —— —– 1.80 7.6
D) Sedera: 0.13 0.9 0.03 0.3
ALIMENTACIÓN: 78.37 49.2 81.20 55.8 55.78
A) Molturación (a): 55.91 40.8 48.92 32.6 42.79
B) Destilación (b): 17.25 6.8 25.01 8.2 6.47
C) Compuestos (c): 5.21 1.6 7.27 2.0 6.52
METALURGICAS: —– —– —– —– 3.24
QUÍMICAS 2.18 7.3 1.15 9.4 3.50
PAPEL: 0.56 0.4 —– —– 2.33
CERÁMICA, VIDRIO, CAL: 7.34 7.4 8.82 10.1 5.34
MADERA-CORCHO: —– —– —– —– 1.23
CUERO-CALZADO: 3.82 0.77 1.1 0.38 0.3
OTRAS: 0.39 0.2 0.43 0.3 1.10
TOTAL: 100 100 100 100 100

(a) Granos, aceite y especias.                                   (1) Participación (%) de cada sector en el total de la cuota fiscal.

  (b) Aguardiente y vinos.                                            (2) Porcentaje de cada sector en el total de contribuyentes.

  (c) Chocolate y fideos para sopa.   

            En definitiva, se constata un claro predominio de la industria tradicional: molinería (harinas, aceite), destilados (aguardiente y vinos), textil (cáñamo, lana) y cerámica (vasijería, tinajería y material de construcción). Un tipo de industria tradicional que se caracterizaba, además por una baja concentración empresarial, o lo que es lo mismo, por la presencia de unidades fabriles casi familiares y empresas de escaso volumen. Esta conclusión se deduce del hecho de que el porcentaje del número de contribuyentes sea similar o ligeramente superior al del valor de las cuotas (tabla 1). Acaso el subsector más artesanal corresponda al textil, en donde la atomización de contribuyentes es muy elevada. Este, en 1856, concentra al 34.4 por 100 de todos los «fabricantes», pero sólo representa el 10.4 por 100 del valor total de la fiscalidad fabril. En el lado opuesto, dentro de la rama de las alimenticias, los destilados (aguardientes) pasan por ser la especialidad fabril más altamente concentrada. Algo similar ocurre con los «fabricantes» de alimentos compuestos (chocolate, pastas) que suelen ser pocos en relación a la cuota que pagan. En ambos casos, pudieran tratarse de «empresas» de cierta consideración. Pero, en general, la estructura de la producción fabril podría calificarse de tradicional, artesanal y familiar en la mayoría de los casos. Veámoslo más detenidamente.

Las industrias alimenticias

    El subsector de la alimentación es el hegemónico dentro de la pequeña industria fabril albacetense, estando especializado en la producción de harinas, aceites y aguardientes. En conjunto, representa el 78.4 y 81.2 por 100 del total de la cuota fiscal, respectivamente, para los años de 1856 y 1863. Y dentro de la alimentación, los molinos, tanto de granos como de aceitunas, ocupaban la mayor parte de la carga fiscal, mostrando así la importancia de estas «industrias». Ya en el sector de la molturación, la elaboración de harinas para pan constituía el  núcleo principal, absorbiendo la mayor parte de los brazos dedicados a la molienda, e incluso de la población empleada en la industria, sobre todo en las zonas rurales. En 1861, en el partido de Yeste, de los 181 brazos destinados a la industria, 103 estaban empleados en la molienda y elaboración de pan, un 56,9 por 100. En cambio, en la ciudad de Albacete, esta actividad empleaba a 90 obreros de los 1.219 brazos dedicados a la industria fabril, el 7.4 por 100. No hay que olvidar que en las sociedades preindustriales y hasta en los primeros estadios de la industrialización, el consumo de pan absorbía gran parte del consumo privado y constituía el elemento fundamental de la alimentación humana. No en vano, los cereales constituían el principal cultivo en estas sociedades. En la provincia de Albacete, se producían en 1861 unas 1.814.219 fanegas, de las que 828.062 eran de trigo siendo las comarcas de Albacete, Chinchilla y La Roda las más productoras.

    Como sector auxiliar de la agricultura, la molinería tenía en la molturación de cereales su principal actividad. Centrándonos en ésta, hay que señalar que la estructura de la industria harinera era básicamente tradicional, lo que no quiere decir que se alejara de las pautas de fabricación de harinas de otras regiones españolas. Por estas fechas, 1856 y 1863, tan sólo hay vestigios de modernización en Valladolid, Palencia y Zaragoza; en general, las «fabricas» de harina se localizaban en las provincias  del interior castellano, que era la zona triguera por excelencia, así como en Santander, lugar privilegiado por su puerto, y en las dos grandes capitales, Madrid y Barcelona. El resto de las provincias mantenía una industria apoyada exclusivamente en tecnología tradicional. Pese a ello, ya en Albacete, en fechas tempranas, hacia 1856, destacaba como una de las diez provincias pioneras en la introducción de maquinaria moderna en la fabricación de harinas. De los 87 industriales españoles que instalan fábricas que muelen, ciernen y clasifican las harinas, dos de ellos lo hacen en Albacete, levantándose 7 piedras de las 363 instaladas en España (con excepción del País Vasco). En este momento, la capacidad molturadora albacetense se asemejaba a la de Valencia y contrastaba con la de Murcia, en donde no se había instalado ninguna fábrica harinera moderna. Sin embargo, estos esfuerzos prematuros no fructificaron a la postre. En 1863, Albacete había perdido posiciones.

    La importancia de la molturación de harinas en la provincia se constata, además de los prematuros esfuerzos modernizadores, por la intensa actividad de los molinos o aceñas a lo largo del año. Si el carácter preindustrial de la molinería se acentuaba a medida que la actividad temporal de las aceñas disminuía, situación que ocurría en las provincias gallegas, puede decirse que, hacia mediados de los años cincuenta en Albacete, la elaboración de harinas se encontraba en posiciones aventajadas en relación a bastantes provincias españolas y mantenía una actividad fabril en buena parte del año. Este hecho me hace suponer que las harinas llegaran a comercializarse a otras provincias limítrofes, con menos ventajas en este quehacer. Sin embargo, la construcción del ferrocarril no supuso progresos a corto plazo en esta rama. Por el contrario, parece que perjudicó de inmediato a la economía harinera, que por entonces se replegó en buena medida a las necesidades de la demanda local y comarcal, como señala la estadística de 1863. Con todo, la importancia de la industria harinera debió ser importante. Si atendemos a la tabla 2, no sólo hay un número crecido de molinos, sino que, por término medio, a cada pueblo corresponden tres molinos de cuatro piedras, hecho que demuestra una vez más la riqueza del sistema cereal y de la industria molturadora en esta provincia. Es curioso observar cómo son los partidos menos favorecidos por el cultivo cereal los que presentan un mayor número de molinos harineros.

TABLA 2: ESTADO DE LOS MOLINOS HARINEROS, POR PARTIDOS JUDICIALES, EN 1861

 MOLINOS DE HARINAS NUMERO DE PIEDRAS  MOLINOS DE VIENTO TAHONAS
Albacete 7 29 3 3
Alcaraz 66 66 1
Almansa 31 32 1
Casas-Ibáñez 22 56
Chinchilla 16 17 6 2
Hellín 38 43
La Roda 19 33 17 3
Yeste 77 77
TOTAL: 286 353 27 9

TABLA 3: ESTRUCTURA DE LA INDUSTRIA HARINERA ALBACETENSE EN 1856 Y 1863       

1856

1863

CONTRIBUYENTES

PIEDRAS

CUOTA FISCAL (%) CONTRIBUYENTES

PIEDRAS

CUOTA FISCAL (%)

Fabricas que ciernen, muelen y clasifican harinas.

2 7  8,4 2 2 2,7

Molinos de toda clase que muelen seis o más meses.

75 89 37,5 84 97 46,2

Id. entre más de 3 y menos de 6 meses. 

142 186 44,8 95 144 39,2

Id. que muelen 3 meses o menos. 

80 91 8,2 60 81 8,3

Tahonas 

3 3 1,1 9 9 3,6

TOTAL

302 376 100 250 333 100
(%) sobre España: 1,28 1,18 —- 1,00 0,96

    Otra importante industria auxiliar o derivada de la agricultura la constituye la fabricación de aceites. El cultivo del olivo se encontraba bastante difundido en algunas comarcas de la provincia, sobre todo en los partidos judiciales de Hellín y Yeste. Además, por entonces, el aceite extraído de la aceituna tenía la facultad de ser utilizado para consumo industrial y para consumo humano. En el capítulo primero, ante la falta de petróleos, la grasa vegetal obtenida se empleaba en prensas y maquinarias, y sobre todo como aceite de arder, empleado en la iluminación de los hogares. Será a partir de de 1860-70,  momento en que las lámparas de petróleo y de gas canalizado, -en Albacete, sobre todo las primeras-, así como las grasas animales y los aceites de semillas comienzan a difundirse, cuando el aceite de oliva se orienta como artículo de cocina. Pese a esta orientación en el último cuarto del siglo XIX, aún en las primeras décadas del siglo XIX todavía el aceite de oliva se empleaba como artículo para la industria. Pero, volviendo a la coyuntura de mediados del siglo pasado, cabe preguntarse cuál era la situación de la industria aceitera albacetense, y si se aprecian cambios manifiestos que preludien progresos en el sector.

    Observando la estructura de la industria aceitera en 1856, el panorama no puede ser más desolador. Las prensas utilizadas en los molinos de aceite mantienen una tecnología tradicional. Las prensas hidráulicas, que tienen la facultad del prensado rápido, lo que evita la fermentación de la aceituna, no han hecho acto de presencia por estas tierras. Ni que decir tiene que tampoco lo hacen las de vapor, las de doble presión, ni tampoco las de husillo. En definitiva, los aparatos de la industria oleícola se circunscriben a la presencia de prensas de palanca o viga común, y a las más tradicionales todavía, de rincón o antiguas de madera. Así, de un total de 116 contribuyentes, con un haber de 179 máquinas, 156 de éstas correspondían a las primeras, de palanca, y 23 a las antiguas de madera. En cuanto a su ubicación, el principal núcleo de la industria aceitera residía en las zonas tradicionales de producción de aceituna. En 1861, de un total de 110 molinos de aceite, 49 de ellos se localizaban en el partido de Hellín y otros 26 en el de Yeste.

    La estructura tradicional del equipo productivo que se advierte en el sector a mediados de los años cincuenta parece corregirse años más tarde, a comienzos de los sesenta. En efecto en 1863, el sector oleícola parece haberse transformado radicalmente en tan sólo ocho años. Los progresos son altamente satisfactorios y todo parece indicar que nos encontramos con una industria camino de la modernización de su equipo técnico. Veámoslo detenidamente. Las antiguas prensas de rincón o de madera han desaparecido por completo. Sus compañeras, las de palanca o viga común han disminuido en casi un tercio. Y sorprendentemente, aparecen 40 fabricantes de aceite, de un total de 100 en toda la provincia, que disponen de 57 prensas hidráulicas, por entonces las de tecnología más moderna, sobre un conjunto de 144 prensas de toda clase distribuidas por la provincia. Pero, acaso, lo más revelador de esta profunda transformación de la industria oleícola sea el hecho de que la provincia figura, por estas fechas, entre las tres primeras del país en cuanto a contribución fiscal por uso de maquinaria moderna, junto a Córdoba, la zona aceitera por antonomasia, y Málaga. No obstante, pese a su escasa participación porcentual en la economía oleícola española, puede decirse que la industria  aceitera de Albacete, en 1863, se encontraba en avanzado estado de modernización y disponía de buena salud para afrontar la creciente competitividad que se avecinaba en el sector, debido al ensanchamiento de la oferta en el mercado con destino al consumo alimenticio.

TABLA 4: ESTRUCTURA DE LA INDUSTRIA ACEITERA DE ALBACETE EN 1856 Y 1863

1856 (%) ESPAÑA 1863 (%) ESPAÑA
Prensas hidráulicas 57 17,6
     Contribuyentes 40 19,6
Prensas de palanca 156 1,7 87 0,9
     Contribuyentes 99 1,3 60 0,8
Prensas de rincón 23 2,0
     Contribuyentes 17 1,7
Toda clase de prensas 179 1,5 144 1,2
     Contribuyentes 116 1,2 100 1,0

     Por último, dentro de la molturación, y con muy escasa importancia, aparece en 1857 un contribuyente con una piedra destinada a la molienda de corteza de árboles, canela principalmente. El de Albacete era uno de los 48 contribuyentes que había repartidos por el territorio nacional en la elaboración de especias.

    En suma, a la vista de los datos, se constata  la importancia de la molinería, que aunque se realiza con gran parte del aparato productivo de una forma tradicional y casi artesanal, comienza a destacar por sus esfuerzos encaminados a la modernización. Como es lógico, los escasos adelantos técnicos, a estas alturas, están determinando una baja productividad del trabajo. Sin embargo, el hecho de que en la molienda de granos existan varias «fabricas» modernas en 1857 y que, en 1863, se encuentre muy avanzada la difusión de prensas hidráulicas en la industria oleícola, nos advierte del interés de los propietarios e industriales por adaptarse a las nuevas condiciones del mercado y la presión de la demanda. No debe olvidarse que, pese a ciertos años críticos en que hacen acto de presencia las crisis de subsistencia, esta coyuntura está caracterizada por el crecimiento de la población y el aumento de los precios agrícolas.

    Dentro del sector alimenticio, y dejando ya a un lado la parte de la molturación, cabe referirse a los destilados. Naturalmente, en la provincia de Albacete, hablar de ellos es referirse exclusivamente a la fabricación de aguardientes y vinos, puesto que los destilados de azúcar de caña y remolacha no tienen cabida por esta época. Al igual que ocurriera con las anteriores industrias, la de aguardientes es producto de la expansión del cultivo del viñedo que viene señalándose en las décadas centrales del siglo XIX y en función de una demanda local y comarcal. No parece probable que la producción de aguardientes elaborados en la provincia se dirigieran a mercados exteriores, aunque sí es posible que cubriera una demanda de las comarcas de otras provincias colindantes a ésta.

    Al calor de la demanda, y sobre todo tras la entrada de tierras en el libre circuito comercial puesto en marcha con las desamortizaciones y otros mecanismos propios de la reforma agraria liberal, la superficie dedicada a la vid se amplió considerablemente. A diferencia de lo que ocurriera con las harinas, la mayor articulación del mercado nacional, tras la construcción del tendido ferroviario, sí favoreció a la producción de aguardiente. Así lo prueba el aumento de la cuota fiscal que gravaba sobre la industria entre 1857 y 1863. No sólo se incrementa cuantitativamente, sino también la proporción correspondiente de los destilados en el total de las alimenticias y en el conjunto de la carga fiscal de la industria fabril albacetense. De un  17.2 por 100 que los destilados ocupan en 1857, en el total por «fabricación», se pasa a un 25 por 100 en 1863. El número de destilerías de aguardiente en 1857 era de 71. Años más tarde, en 1863, ha disminuido a 63. Sin embargo, el aumento de la presión fiscal sobre las destilerías en este último año parece indicar que se ha incrementado la capacidad de producción de las destilerías, pese al descenso de su número. Recuérdese que en este subsector el tamaño de las «empresas» era mayor al de del tamaño medio de otros subsectores, ya que aquí la proporción de contribuyentes era inferior al valor de sus cuotas, hecho que implica unidades de producción más voluminosas en las destilerías. Acaso ello tenga relación con una estructura de la propiedad vitivinícola relativamente concentrada en pocas manos. Y hasta es muy probable que los mismos propietarios de los viñedos sean también los de las fábricas de aguardiente, pero esto constituye tan sólo una hipótesis. En cualquier caso, lo que sí nos aclaran las fuentes es la escasa actividad que registran a lo largo del año los alambiques. Estos aparatos destinados a la fabricación de aguardiente funcionan tan sólo uno o dos meses al cabo de un año. Sólo una excepción, en 1863, en que 6 destilerías de las 63 señaladas trabajan entre cuatro y seis meses, lo que corrobora, por otra parte, la creciente expansión del sector en el curso de los años sesenta.

    Finalmente, estaban los alimentos «compuestos», es decir, aquellos productos que resultaban de la combinación física o química de varios ingredientes. Y que en algunos casos formaban el capítulo más sofisticado y refinado de la industria alimenticia. Entre ellos, hay que referirse en Albacete a la elaboración de chocolate y pastas. También aquí debían existir unidades de producción relativamente importantes y concentradas, si se comparan con otro tipo de factorías. A mediados de los años cincuenta, existen 6 molinos chocolateros, de un total de 322 molinos existentes en España. Es en Tarazona, en el partido de la Roda, en donde se concentra gran parte de esta actividad, pues en el censo de 1861 se recoge la presencia de ocho obreros especializados en dicha rama. En 1863, la cifra se ha incrementado a 8 molinos, de un total de 431 instalados por el territorio nacional. Sin embargo, la elaboración de chocolate se realiza de forma tradicional, a través de las piedras llamadas de tahona. No existía en la provincia ningún molino accionado por rodillos o cilindros de afinar, cuando en el resto del territorio español, en 1863, existían 93 molinos en los que se había impuesto este sistema. De este modo, la elaboración tradicional de chocolate consistía en obtener la mezcla de pasta de cacao, manteca de cacao y azúcar, dentro de una cubeta por medio de dos muelas de granito -las llamadas piedras de tahona-, que mezclaban y comprimían al mismo tiempo. La materia obtenida por este procedimiento distaba, a veces de ser homogénea. Esta se conseguirá más adelante, con la introducción de molinos accionados por cilindros afinadores, operación que en Albacete se llevará a cabo en las primeras décadas del siglo XX.

    También la elaboración de pasta para sopa y sémola se llevaba a cabo de forma tradicional, con prensas de mano. Pero en este caso, la tónica era general para todo el país. En 1856, la provincia disponía de 4 fabricas, sobre un total de 310 repartidas por la geografía nacional. Años más tarde, permanecen tres, disminuyendo su cuota fiscal, estando localizadas en Hellín. La posición más aventajada para este ramo correspondía a las provincias catalanas y andaluzas.

Las industrias textiles

    Tras la molienda y las industrias alimenticias, el sector de la industria textil albacetense ha ocupado tradicionalmente la segunda posición hasta mediados del siglo XIX. Será a finales de siglo cuando otros sectores, como la cerámica, y más tarde la madera, le arrebaten su peso y rango en el contexto global de la industria. Pero mi comentario se ceñirá a señalar los rasgos más sobresalientes de los diferentes subsectores o ramas a mediados del Ochocientos.

    Como en la mayoría de las provincias del interior castellano, a mediados de los años cincuenta predominaba la industria cañamera y linera sobre el resto de las ramas textiles. Aunque englobadas bajo el mismo epígrafe, la parte cañamera predominaba sobre la  linera en tierras de Albacete. Así ocurría también en las provincias mediterráneas, en contraposición al lino que aventajaba al cañamo en las provincias gallegas y en algunas andaluzas. También tenía importancia en el País Valenciano. En cambio, la industria algodonera, símbolo de la revolución industrial que triunfaba en gran parte de Europa por aquel entonces, tan sólo se había impuesto en Cataluña, Baleares y Málaga. En el resto del Estado español seguían predominando las fibras tradicionales.

    La importancia de la industria cañamera y linera tiende a disminuir en el período que analizamos. La crisis en esta especialidad textil parece corresponderse con los inconvenientes que presenta la elaboración de las fibras y la competencia que le hacen las nuevas, me refiero al algodón. Ello explica que en 1856 existan 303 contribuyentes, que en 1861 pasen a ser 213, y pocos años más tarde, en 1863, sean tan sólo 67. Ciertamente, los inconvenientes que presenta el cáñamo y lino frente al algodón son indiscutibles: rendimiento inferior de las plantas respectivas, densidad elevada que repercute negativamente sobre la relación cantidad de hilo o de tejido/peso de la materia prima; y sobre todo resistencia a la manipulación, incluida la del trabajo mecánico, especialmente en la hilatura. En efecto, la falta de elasticidad de las hebras impone una maquinaria más compleja (gran número de cardas y de peinadoras) y mucho más pesada que la del algodón. Además, la primera exigencia supone el uso mayor de fuerza de trabajo, y la segunda, como bien ha señalado el profesor Nadal, requiere un consumo tres veces superior de energía.

TABLA 5: DISTRIBUCIÓN DE LA INDUSTRIA LINERA Y CAÑAMERA POR PARTIDOS JUDICIALES EN 1861

TELARES COMUNES (%)
Albacete: 27 12,7
Alcaraz: 43 20,2
Almansa: 6 2,8
Casas-Ibáñez: 49 23,0
Chinchilla: 10 4,7
Hellín: 34 16,0
La Roda: 38 17,8
Yeste: 6 2,8
PROVINCIA: 213 100

    En la estructura de la industria cañamera-linera apenas se registran cambios significativos en el período que comentamos. Habida cuenta que este ramo se encuentra en plena crisis, no parece que existan fuertes estímulos para su modernización y mejora técnica del equipo productivo. Los factores que explican la decadencia de esta industria no sólo provienen del lado de la oferta, como antes señalábamos, también tienen su origen por el lado de la demanda. A saber, por un lado, los tejidos de algodón y las importaciones de hilaturas extranjeras que, incrementadas a raíz del arancel de 1842, que supuso una fuerte restricción a la protección de la lencería o productos acabados, invadieron los mercados ante el auge de la demanda. De otro, la disminución del consumo de artículos de cáñamo que venían usándose tradicionalmente, tanto en la marina de vela, ya en declive, como en lonas para sacos ordinarios. En general, el contexto socioeconómico no favorecía el progreso de tales ramos tradicionales. Era la época del algodón y el comienzo de nuevas fibras industriales de menos coste. Incluso, el esparto tiende a expandirse dentro de la industria fabril. Esta época de crisis en el sector explica la caída de los artefactos y elementos empleados y el escaso interés de los fabricantes por renovar su equipo. Todos los telares eran comunes. No había ni uno solo que fuera mecánico, estando éstos concentrados en las provincias andaluzas de Málaga y Sevilla, en 1856.

    Años más tarde, en 1863, la industria se encuentra en plena crisis y afecta a casi todo el territorio peninsular. Incluso han disminuido los telares mecánicos, que ahora se localizan en Valencia, La Coruña y Barcelona. Ahora bien, de las 7 máquinas para prensar, estirar o lustrar tejidos de hilo, que se encuentran unidas a las «fabricas» para uso exclusivo, distribuidas en España, dos de ellas se ubican en la provincia. Pese a ello, la importancia va a  menor y la participación de la cuota fiscal por este ramo textil en la industria de Albacete, y también en el conjunto de la industria cañamera-linera española, disminuye. Hecho que demuestra las escasas ventajas comparativas que la provincia mantenía en relación a otras provincias españolas. En definitiva, seguían prevaleciendo los rasgos típicos de una organización fabril de carácter precapitalista, y pese a su importancia en estas tierras, las unidades productivas eran extremadamente tradicionales, familiares, propias de una industria rural dispersa.

TABLA 6: ESTRUCTURA DE LA INDUSTRIA CAÑAMERA-LINERA EN 1856 Y 1863

TELARES COMUNES

BATANES
HUSOS (%) ESPAÑA MAZOS (%) ESPAÑA
1856: 300 2,7 24 6,2
1861: 213
1863: 67 0,8 14 4,7

    La industria lanera y estambrera había ocupado tradicionalmente un lugar destacado en el conjunto del sector textil. En Albacete, sin embargo, no parece tener rango importante como lo había adquirido su comercio de lanas, dada la posición de la cabaña ganadera ovina. Pero los tiempos corrían y los avances de la técnica sobre la industria no se hicieron esperar. La demanda de paños se acrecentaba, a medida que la población crecía y el éxito de la industria se apoyaba en la adopción de métodos de organización y distribución modernos y más eficaces. Se imponía la mecanización  y la concentración. Mas estos dos factores cuajaron tempranamente sólo en Cataluña. Pero, en Albacete, la coyuntura impuso algunos cambios, cuando no el crecimiento de este sector ante el auge de la demanda. Incluso, puede decirse, que a comienzos de los años sesenta la industria lanera había sustituido en importancia y rango a la industria cañamera-linera, que hasta entonces mantenía la primacía.

    Como puede apreciarse en la tabla 7, se progresa en la hilatura, aumentando el número  de husos, aún cuando son todos manuales. Igualmente, se avanza en el tisaje, aunque los telares son comunes. Y hasta crece la cuantía de  máquinas para prensar, estirar y aderezar paños o tejidos de lana, incorporadas a las fábricas y para uso exclusivo de esta fibra. Todavía más, el censo de 1861 advierte de su importancia, no recogida en las estadísticas oficiales, pues «no contienen  los innumerables husos destinados a la filatura de tramar y estambres para usos particulares, y con los que se fabrican  las telas que vulgarmente se dice hechas en casa. Y aunque aparatos imperfectos, que consisten en un banco con una rueda y un huso sin haber sufrido en muchos siglos ni la más pequeña modificación, puede asegurarse que pasan de 10, por cada 100 vecinos los que existen en cada pueblo de la provincia» (1862: p. 269). En otro momento, el mismo censo advierte que buena parte de los telares que se utilizan en la industria cañamera-linera lo son también para confección de tejidos de lana.

TABLA 7: ESTRUCTURA DE LA INDUSTRIA LANERA Y ESTAMBRERA

CARDADO (1) HILATURA (2) TISAJE (3) BATANES MAQUINAS PRENSADO CUOTA FISCAL (%) ESPAÑA
1856: —– —– 4 22 13 0,77
1861: 1 60 10 19 1
1863: 1 60 40 21 15 0,80

(1) Cardas cilíndricas movidas por agua, vapor o caballerías.
(2) Husos manuales.
(3) Telares comunes o manuales.

             La mayor parte de la infraestructura que se expande a comienzos de los años sesenta se localiza en la capital. Los 60 husos manuales, correspondientes a la fase de hilatura, se instalan allí, junto a la única maquinaria para cardado existente en la provincia, a cargo de ocho operarios. También en la capital se concentra la maquinaria para prensado de paños. Pero, en general, y sobre todo en las zonas rurales, el peso de la industria recae en el tisaje, que se lleva a cabo de forma tradicional, como industria doméstica mayoritaria.

    La manufactura del algodón, símbolo de la moderna industria fabril y de la propia revolución industrial, no aparece como tal hacia mediados de los años cincuenta. Pero lo hace en la estadística de 1863, figurando entre las 10 primeras provincias que se adelantan a su difusión. Sin embargo, este auge de la actividad fabril algodonera no cuajó y se mantuvo hasta fines del siglo XIX como meramente testimonial. En todo caso, sí conviene reseñarla, dado lo prematuro del intento, reducido a la instalación de 84 telares manuales, que estaban en manos de 58 contribuyentes.

    Por último, queda la industria sedera, cuyos artículos iban dirigidos a un grupo social determinado, con una demanda cada vez más restringida a lo largo del siglo XIX, y que por estas fechas se encuentra inmersa en una profunda crisis coyuntural: la enfermedad de la pebrina, que ataca al gusano de la seda e iniciada en 1854, ha provocado la ruina de los sericultores españoles, prácticamente valencianos y murcianos. La actividad sedera en la provincia se reduce a las plantaciones de morera y cría de gusanos en los municipios de la Vega Alta del Segura, que son algunos de los partidos de Yeste, Hellín y, en otro extremo de la misma, en la Vega del Júcar, en el de Casas-Ibáñez. En este último, en las vegas de los pueblos de Jorquera, la Villa, Alcalá y Alborea. En general, el clima de esta provincia se presta muy poco al cultivo de la morera, por lo que no es de extrañar que su importancia y valor sea casi insignificante. Así, sólo tiene cabida la hilatura. Y ésta, de 9 perolas movidas manualmente en 1856, disminuye su actividad en 1861, contabilizándose en este año sólo dos perolas, también manuales, que se mantienen en 1863.

    Dentro del sector textil, existían otras industrias que tendían a elaborar tejidos de mezcla y a trabajarlos conjuntamente. Su actividad por estas fechas, en la provincia, es nula, aunque existen algunos establecimientos en donde se tiñen los tejidos o hilados nuevos y se blanquean. Lo normal es que las telas que se fabrican de cáñamo y lino se blanqueen, mientras que las de lana se tiñen de negro y en colores más delicados, prensándose después en los establecimientos especializados para ello. En 1857, había sólo uno dedicado al tinte de hilados y tres orientados al prensado. En 1861, no hay ninguno para el tinte, mientras que los establecimientos de prensado se han incrementado a 18. Este aumento debe relacionarse con el florecimiento de la industria lanera y estambrera. Pero es muy probable que la actividad de tinte y blanqueo se lleve a cabo en casas particulares, dado el carácter rural y doméstico que adquiere la industria textil albacetense, razón por la que no aparecen reseñados estos establecimientos en la estadística oficial.

Otras industrias de bienes de consumo

    Entre las industrias menores, llama la atención la importancia que cobra el sector de la cerámica y vidrio, aunque, en este caso, la parte de vidrio es inexistente. Por ello mismo, adquiere verdadera significación económica y social. Aquí destacan las fábricas de loza, ladrillo o baldosa; las de vasijería y tinajería; y finalmente las de yeso y cal. Entre las primeras, de 31 fábricas existentes y un horno con aplicación a loza, en 1856, se pasa a un número de 44 en 1863, además de dos hornos. En el ramo de la vasijería y tinajería, de 29 en 1856 se pasa a 30 en 1863. Su importancia está ligada a la  demanda de tinajas para la crianza del vino en las grandes bodegas manchegas, siendo Villarrobledo el pueblo donde esta industria, ya tradicional, adquiere mayor pujanza. También en Chinchilla, la cerámica de vasijería alcanza notable desarrollo. De hecho, la actividad alfarera se remonta a fechas muy antiguas. Entre los artículos más difundidos se encuentran  los lebrillos, orzas, cazuelas, botijos, cántaros y otros utensilios domésticos. Por último, de las 19 fábricas de yeso y cal, localizadas en la provincia hacia 1856, sólo se contabilizan 14 en 1863. Pero, pese a la disminución en este ramo, el sector crece y adquiere mayores proporciones fiscales en el conjunto de la industria fabril albacetense.

    Por orden de importancia, le siguen las fábricas de jabón, que aunque incluidas en el sector de las «químicas», no por ello dejan de ser industrias de bienes de consumo. En este campo, existen, en 1856, 75 contribuyentes, igual número de calderas y una cabida de 902 hls. En 1863, se mantiene casi el número de contribuyentes, 72, pero ha disminuido considerablemente el de las calderas, 6, y su capacidad, 432 hls. Ahora bien, los datos sugieren una asociación de los fabricantes de jabón en el mantenimiento de unas pocas unidades de producción con una mayor capacidad de jabón. Al parecer, se tendió a una estrategia de unión de pequeños productores originada presumiblemente para afrontar la crisis del sector y la creciente competitividad en el mercado.

    El resto de los sectores fabriles apenas si tienen importancia. El sector de los curtidos parece abrirse camino, aunque sus esfuerzos no parecen cuajar y, finalmente, entran en crisis. La materia prima no falta, pues la ganadería ovina y caprina es abundante, como en otro momento he señalado (Martínez Carrión, 1984). Sin embargo, el número de factorías que curten es pequeño y tienden a reducirse en el curso del período analizado. Así en 1856, la cuantía de noques, pequeños establecimientos en donde se curten las pieles de ganado cabrío y lanar, se reduce a 20; en 1861 pasan a ser 18 y, en 1863, sólo existen 9. La razón de esta rápida decadencia del sector de los curtidos se debe a que la mayor parte de las pieles se comercializan hacia otras provincias, donde el sector adquiere mayor pujanza y por las que ofrecen buenos precios. De la provincia se extraen pieles hacia el País Valenciano y Cataluña, quedando, por tanto, muy pocas que puedan dar alimento a las fábricas de curtidos que se expresan.

    Tampoco termina por asentarse el sector del papel. En 1856, se registran 3 fábricas de papel de estraza, que se mantienen hasta 1861, y una de papel común. Las primeras se localizan en el término de Letur, mientras que la última se halla en Villalgordo del Júcar, en la que se aprecia un movimiento fabril de cierta importancia. En cuanto a los demás sectores, como la madera y la metalurgia, su actividad es todavía inexistente, aunque es muy probable que la razón de ello esté en la inexactitud de las estadísticas. Ciertamente, en el censo de 1861, se advierte de la fábrica de San Juan de Alcaraz, sita en el término de Riópar con dos hornos, y en la que se trabaja zinc y latón desde 1773. Por estas fechas, la fábrica importa de Sevilla 2.050 quintales de cobre en galápagos y exporta al reino 1.725 quintales de zinc en planchas y en latón, que representan un valor de 150.000 reales, y otros 1.440 quintales de zinc, que suman un valor de 103.016 reales. Los hornos de la fábrica son de propiedad particular y están exentos de pago de derecho con arreglo a la ley de minas de 8 de octubre de 1859.

    Para terminar, y aunque las estadísticas no la recogen, no puede olvidarse la importancia de la cuchillería. La fabricación de navajas, cuchillos, dagas, espadas, tijeras, puñales, es casi una actividad tradicional que se remonta a viejos tiempos.

CONSIDERACIONES FINALES

    No puede decirse que la provincia de Albacete carezca de industria propiamente dicha, a mediados del siglo XIX, pero su estructura y componentes estaban desprovistos todavía de rasgos modernizantes y escasamente desarrollados tecnológicamente. Tan sólo sobresalen algunas fábricas avanzadas para la época en el sector de la molturación. En el caso de las harinas, ya en 1856, mientras que en la fabricación de aceite el aparato productivo se muestra muy avanzado a la altura de 1863. Por lo demás, la industria fabril se presenta escasamente concentrada, con unas unidades de producción pequeñas y artesanales, dependientes casi de las propias unidades familiares, como en el caso del sector textil. La renovación tecnológica no se logrará, y tan sólo en pocos sectores, hasta fines del siglo XIX y primeras décadas del XX. Las causas de este relativo atraso industrial y su escaso desarrollo deben encontrarse en las condiciones de la demanda. Una población agrícola, con bajos niveles de renta, rozando en algunos casos situaciones  de malnutrición, apenas encuentra incentivos para la demanda de artículos manufacturados. A la debilidad de la demanda, habría que sumar factores de oferta y sobre todo de orden institucional, político y social.