Religión y mitología romana: los testimonios de la provincia de Albacete. Por Rubí Sanz Gamo, artículo publicado en Boletín de Información «Cultural Albacete», junio de 1990 (número 44)

Los pueblos íberos que habitaron el territorio de la actual provincia de Albacete, entraron en  contacto con la cultura romana a raíz de las Guerras Púnicas y la utilización entonces de las grandes vías de comunicación entre la Alta Andalucía y la Meseta con Carthago Nova. El tránsito entre la religiosidad ibérica y los cultos de época romana debió ser progresivo, y al igual que en otras áreas geográficas se dio la convivencia entre creencias indígenas -fundamentalmente  las de tipo animista- con los nuevos dioses de culto. Al abordar el problema de las representaciones mitológicas y los testimonios de religiosidad en época romana, encontramos no pocas limitaciones,  derivadas de la escasez de hallazgos y su dispersión, de tal forma que pueden establecerse pocas relaciones con los yacimientos de donde proceden. El conjunto de los testimonios hallados muestran, no obstante, diversos aspectos de religiosidad: la pervivencia de las creencias indígenas, e incluso de lugares de culto; testimonios sobre los dioses mayores del panteón latino; representaciones de dioses menores y creencias de tipo supersticioso; un testimonio del culto imperial localizado en Lezuza; la presencia del cristianismo primitivo; y finalmente representaciones de carácter mitológico. Todas forman parte de la complejidad que revistió la religión romana, derivada de la absorción que hizo Roma de las religiones de los pueblos conquistados, con un sincretismo no total sino selectivo, asimilando solamente aquellos cultos que podían tener cabida dentro de sus intereses políticos, o que eran susceptibles de transformación (Prieto 1981:11). Roma se extendió e impulso su religión a través de la construcción de templos y santuarios, la literatura escrita, las Instituciones (el Emperador era también el Pontifex Maximus), y las monedas, éstas elemento propagandístico de enorme importancia por la facilidad de transmisión y circulación. Así el Jano bifronte de los ases republicanos se extendió por todas las provincias romanas: Jano era el espíritu de la puerta principal, e incluso de todas las puertas de la casa, y por extensión dios de los comienzos. Su mes, el Januarius dio paso más tarde al comienzo del año. También fue dios de comerciantes y navegantes, tal como se le representa en las monedas republicanas (Steuding 1927: 189). Otras divinidades son frecuentes en las monedas: Neptuno en Carteia, Mercurio en Carmo, Hércules en Gades, etc., aunque la acuñación no es siempre signo de la existencia de cultos en la ciudad emisora (Chaves Tristan y Martín Ceballos 1981 : 30 ss.).

PERVIVENCIA DE LA RELIGIÓN INDÍGENA

    En los pueblos conquistados por Roma, divinidades y creencias animistas dieron paso a las romanas asimilándose a éstas en ocasiones, tal es el caso de la asimilación entre el dios galo Teutates y el romano Mercurio, o la representación de este mismo dios asimilado a una divinidad local en Galicia (Mercurio de Castro Urdiales). La pervivencia del elemento indígena debió estar presente en numerosos aspectos de la vida material y espiritual, e influir en la no excesiva oficialidad de la religión romana en España (Vázquez y Hoys 1981: 41).

    Dos lápidas funerarias procedentes una de la necrópolis íbero-romana de la Casa del Alcaide, en término municipal de Albacete, y la otra de Villavaliente (Sanz Gamo 1984) muestran un disco radiado bajo sus cabeceras semicirculares, representaciones solares (Blázquez 1981 : 190) que se han relacionado con la existencia de creencias de raíz indígena relacionadas con la existencia de la vida de ultratumba (Tuñón de Lara et alii 1982: 408), símbolo al que se ha dado una procedencia septentrional por su frecuencia en la Europa Central hallstattica (Kukahn 1979: 803). El Sol, que se presenta en forma de rueda o rosácea era signo, en el mundo antiguo, de la potencia vivificadora y la protección sobrenatural, pues da vida y luz a la tierra, y cuyo culto aparece como una constante en casi todas las religiones.

    Sin embargo, la pervivencia más clara de cultos indígenas hay que buscarla en el Santuario ibérico del Cerro de los Santos (Montealegre del Castillo), donde se documentan materiales arqueológicos desde el siglo V a.C. hasta el siglo I d.C. El Santuario se situó en uno de los vértices del cerro, formándolo un templo de planta rectangular con dos columnas in antis, rodeado por un temenos o recinto sagrado. Su uso se relaciona con las propiedades curativas de las aguas sulfatado-magnesiadas que corren a sus pies (Ruiz Bremón 1989: 183). La presencia de esculturas romanas entre los exvotos allí depositados, indican cuando menos la perduración del uso del recinto sagrado por una población ya romanizada. En el comienzo de su decadencia habrá que tener en cuenta la introducción de una nueva religiosidad, la romana, con una hipotética transformación o abandono del culto. Pero también pudo ser motivada por la apertura de la vía Augusta a partir del año 8 a.C., y la consiguiente pérdida progresiva del valor comercial de la antigua ruta entre las costas levantinas y las zonas mineras de Cástulo. Posteriormente en el área de la cañada hubo establecimientos de villae de época romana (Chapa Brunet 1983: 643).

LOS GRANDES DIOSES ROMANOS

    Tan sólo tres documentos arqueológicos nos permiten mencionar la presencia de cultos a los grandes dioses romanos.
El Dios supremo era Júpiter, el que predomina, el que ordena sobre el cielo y sus fenómenos meteorológicos que provocan la lluvia y la fecundidad (Steuding 1927: 202). Júpiter era también el padre de los dioses, el dador de la luz, que presidía la agricultura y en cuyo honor se celebraban las fiestas de las viñas (Ramorino 1914: 23). Era el dios que tuvo un más firme testimonio de culto, documentado por un ara procedente del Batanejo en Villalgordo del Júcar  (Sanz Gamo 1984). El ara es de pequeñas dimensiones, rematada en los extremos superior e inferior por molduras, e inscripción frontal muy perdida encabezada por una advocación al dios_ IO(vi). El culto a Júpiter en Hispania, sobre el  que existen numerosos testimonios epigráficos, se extendió sobre todo por la Tarraconense. El ara de Villalgordo puede relacionarse con la ejecución de sacrificios en su honor en una zona de especial riqueza agrícola, con suelos fértiles regados por el río Júcar.

    Un pequeño bronce representando al dios Mercurio fue hallado en la pedanía de Zulema, en Alcalá del Júcar (Sanz Gamo 1984). Mercurio, dios de los viajeros y comerciantes, aparece desnudo con la clámide cayendo desde el hombro izquierdo y cubriendo parte de la espalda y antebrazo. La clámide tiene prendida una fíbula oval. La cabeza está cubierta por el petasos en forma de casquete esférico. Los pies están desnudos. En la mano derecha porta un voluminoso marsupium o bolsa, de forma ovalada, atributo que lo relaciona directamente con su carácter de protector del comercio, tipo de representación no muy abundante en España.

    Mercurio fue uno de los dioses que más se asimiló a divinidades locales, algunas en relación con el artesanado (Tuñón de Lara et alii 1982: 412). A. M. Vázquez (1981:73) liga su introducción en la Península Ibérica al comercio, y su representación en monedas se interpreta, acompañado del caduceo, como signo de prosperidad económica (Chaves Tristán y Marín Ceballos 1981: 32).

    La bolsa es característica del dios romano, no del Hermes griego. El culto a Mercurio tuvo una gran extensión en la Tarraconense desde el siglo I d.C. (Vázquez y Hoys 1982: 95), siendo venerado junto con Fortuna y los Lares Augustales. También tuvo un carácter funerario como dios sicopompo, es decir, el que reunía las almas de los muertos, según la interpretación de un texto de Horacio (Ternes 1985: 191).

    La aparición de la pequeña figura del dios en Zulema, en un yacimiento que posiblemente corresponda a una villa, es signo de un culto extremadamente localizado cuyo propietario tendría alguna relación con el comercio.

    La tercera deidad es un posible busto y cabeza de Diana procedente de las termas de Balazote (Santos Gallego 1977). Diana era en su origen el femenino de Janus, protectora de las mujeres (Ramorino 1914:50). Pero sobre todo se la conoce como diosa de la caza y la fecundidad, a veces relacionada con la personificación de la Luna (Tuñón de Lara et alii 1982:424), en relación con el pasaje de Endimión por el que Diana sintió compasión. Esta cualidad de deidad relacionada con los astros es la que posiblemente esté representada en la escultura de Balazote, cuya cabeza está cubierta por una diadema en forma de media luna. Pero Diana representaba igualmente la castidad, a la que ofreció sus votos tras el nacimiento de su hermano Apolo.

    Diana ha sido relacionada con la Artemis griega, a la que Estrabón cuenta se le rindió culto en Emporion, y de la que se halló un templo en Sagunto con pervivencia en época romana (Pena 1981: 50). Los hallazgos peninsulares son dispersos, aunque relativamente abundantes en escultura, con una mayor localización en la Bética y la Lusitania (Vázquez y Hoys 1982: 472), y en referencias epigráficas (Pena 1981:55). Por la proximidad geográfica y el hecho de asentarse el yacimiento de Balazote muy próximo a una gran arteria de comunicación, es preciso destacar los hallazgos epigráficos que mencionan a la Diosa procedentes de Cuenca, Sagunto y Alcalá de Henares, lo que inicialmente indica la importancia de vías de comunicación en la transmisión de influencias.

    Desconocemos la relación exacta de la escultura de Balazote con las termas, pero la presencia de un torso masculino desnudo, cubierto parcialmente por una túnica y que fue hallado junto a la supuesta cabeza de Diana, podría ser indicio de la existencia de un pequeño altar o lugar de culto.

CREENCIAS ANIMISTAS Y DE ULTRATUMBA

    La estela funeraria hallada en Villapalacios (Vives 1971) está encabezada por la fórmula D.M.S. (Diis Manibus Sacrum), a los Sagrados Dioses Manes, y nos remite a la creencia en la vida de ultratumba (Tuñón de Lara et alii 1982: 425). Los Manes eran en el mundo antiguo las almas de los muertos no reencarnados, eran expresión de la inmortalidad del alma. Anualmente se llevaban a sus tumbas flores y ofrendas para aplacarlos y rendirles culto, tratando de evitar así que volvieran al mundo de los vivos, pues aunque eran considerados » buenos», eran sin embargo temidos y se les atribuían diversos malestares (Bayet 1984: 84).

    Por otra parte, la presencia en algunas sepulturas de monedas, como en Hoya de Santa Ana (Chinchilla), se interpreta como la dotación al muerto de una moneda que le servía para pagar al barquero Caronte la tasa que le permitía cruzar la laguna y entrar en los infiernos.

    Otros testimonios arqueológicos nos remiten a creencias de tipo animista. Así una vasija hallada en 1986 en la Vega de Balazote. Presenta junto al borde tres pequeños platillos dispuestos simétricamente, que rematan otras tantas asas en cuyas bases aparecen representaciones fálicas, con un carácter apotropaico seguramente en relación con el mundo femenino y la protección de la casa, tal y como ha sido interpretado un ejemplar cerámico semejante hallado en Conímbriga. la vasija de Balazote, decorada con líneas paralelas pintadas en rojo, es una producción indígena tardía, por lo que puede interpretarse como una pervivencia de creencias íberas. Un sentido similar de protección tienen otros amuletos fálicos hallados en la provincia de Albacete.

EL CULTO IMPERIAL

    La divinización del emperador, y su generalización a partir de la muerte de Augusto, tuvo especial arraigo en la Península Ibérica favorecido por tradiciones como la devotio ibérica (Etienne 1974). Su desarrollo se ha ligado al de la vida municipal (Tuñon de Lara et alii 1982: 420) como expresión del poder político, especialmente en época de la dinastía antoniniana por su estrecha ligazón con España a través de Trajano y Adriano. Los testimonios más frecuentes de culto imperial se encuentran en epígrafes, monedas donde el emperador y a veces su esposa aparecen divinizados, y en esculturas como dioses.

    De la antigua Colonia Libisosa (Lezuza), procede un epígrafe alusivo al culto a Marco Aurelio, que según el testimonio del bachiller Alonso de Requena Aragón de 1647, procedía de un antiguo templo de dudosa advocación (Sanz Gamo 1989: 7). La inscripción se fecha entre los años 165 y 166 d.C. (Vives 1971: 132).

EL CRISTIANISMO

    De cuando se cristianizaron las tierras de la provincia de Albacete lo ignoramos. Blázquez señala la presencia de la Legio VII y de otras cohortes de origen hispánico en África a partir del siglo II d.C., y su relación con la introducción del cristianismo hispano, cuyo primer gran testimonio es la carta sinodal n.º 65 de San Cipriano de Carthago (Blázquez 1967: 31). La convivencia del paganismo y del cristianismo tuvo diversos períodos de relaciones, hasta que Teodosio puso fin a la antigua religión romana (Bayet 1984: 288).

    El sarcófago romano-cristiano hallado en Hellín y conservado en la Real Academia de la Historia, es el testimonio más veraz que hoy contamos sobre los primitivos cristianos en esta zona. Está realizado en mármol blanco. El frente desarrolla escenas entre pilastras corintias y arcos de medio punto rebajados, alusivas al Antiguo y Nuevo Testamento: el milagro de las aguas; la curación del ciego; dos apóstoles, Cristo joven como doctor; dos apóstoles, el Bautismo de Cristo; y el sacrificio de Isaac. Ha sido fechado en el siglo V como procedente de un taller de Roma, y perteneciente a  una rica aristocracia terrateniente (Domínguez Monedero 1984). La vinculación con los talleres de Roma ya ha sido puesta de manifiesto por otros autores (Blázquez 1967: 39), así como la tolerancia del cristianismo a partir del año 307.

LAS REPRESENTACIONES MITOLÓGICAS

    Los temas a los que aludimos a continuación tienen un sentido exclusivamente mitológico, en el que no están exentas las representaciones divinas como el dios Oceano. Es evidente que iconográficamente nos remitan al conocimiento de los mitos sobre dioses y hombres, pero su sentido es literario y no religioso. Aparecen en pavimentos musivarios y objetos de uso común alusivos, en algún caso, a la actividad del lugar donde aparecieron: así Oceano se encuentra ornando un complejo termal (Sanz Gamo 1987: 189).

    En lucernas de cerámica se hallan representaciones de una victoria con laurea y palma procedente de Lezuza, y seguramente Orfeo en el disco de otra hallada en Hoya de Santa Ana.

    Sin embargo, las dos representaciones más significativas proceden de las termas de Balazote, y ornaban sendos pavimentos de mosaicos, como emblemas centrales. En uno se encuentra la cabeza de Oceano caracterizado por las pinzas de crustáceos entre sus cabellos, y las largas barbas azuladas de las que mana el agua, pues se le consideraba padre de los ríos y de todo lo que mana sobre la tierra. Su representación va asociada a uno de los vientos.

    El segundo emblema es una cabeza de Medusa, parcialmente parcheada en época romana, cuyos cabellos son serpientes y de cuya frente parten dos alas. Su iconografía se asocia a veces a la protección que daba a la casa contra poderes maléficos, o a animales sicopompos como el pájaro y el delfín (Benoit 1969: 86), presentes también en pavimentos de las mismas termas, pero que relacionamos también y en este caso con las aguas.

    Finalmente, personificaciones de las estaciones y los meses se encuentran en otro pavimento musivario procedente de Hellín y conservando en el Museo Arqueológico Nacional (Ramallo y Jordán 1985; Blázquez et alii 1989).

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Mercurio de Zulema

¿Cabeza de Diana?. Balazote

Sarcófago de Hellín.

Cabeza de Medusa (Mosaico de Balazote).